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11 de Mayo de 2011, el día que tembló Lorca

Es cierto eso de que piensas que nunca te va a tocar a ti, hasta que te toca. A ti, a los tuyos, a tus demás, a tu hogar. Es cierto que yo no estaba allí, que noté mínimamente los temblores de Lorca, el primero de magnitud 4.5 y el segundo de 5.2, pues a Murcia llegaron con reminiscencia, apagados, alejados de ese epicentro que fue mi ciudad natal. Pero mi angustia y mi miedo fueron los mismos, al oír a mi madre llorando desesperada por el teléfono que se entrecortaba, que casi no nos permitía comunicarnos, que me dejaba a ciegas de todo lo que sucedía, con los ojos tapados sin poder ver a mi familia, sin poder saber si estaban bien, si todos habían podido ponerse a salvo, si no se les había caído la casa encima, si aún tenían casa. El terror era sobrecogedor, me sentí apartada, como una desertora por no estar allí con ellos en esos momentos, por no haber sentido mi tierra lorquina temblar y no haber temblado yo con ella. Ojalá nadie hubiera temblado. Tras el susto inicial y el

Días raros

Sin carbón no hay reyes magos.

Gravedad

- ¿Sabes lo que más me gusta de ella? Que los problemas a su lado se vuelven más insignificantes. Sigo teniendo miedo, claro. Pero por lo menos siento que puedo vencerlos. - ¿Y cómo has podido vivir sin ella hasta ahora? - ¿Quién te ha dicho que vivía?

Y

Y sentir que a veces el tiempo se detiene, y no ser consciente de que es mentira, y que caiga la envergadura de las horas encima de mí cuando ya es tarde para darme cuenta de eso, de que es tarde. Y soñar que los sueños son verdades, y saber que la única verdad es que no vivimos, que sólo soñamos despiertos en vida, durmiendo en la muerte. Y pensar que todo esto lo dije una vez y lo diré un millón más, y saber que cada repetición es sólo eso, un monólogo hacia dentro, hacia el alma o hacia el vacío, y que eso es todo. Y darme cuenta de que el cansancio que acuño es culpa mía, y que la cúspide de mi agonía lleva por bandera mi nombre, y que el remitente y el destinatario de mi carta al buzón de quejas, son el mismo. Y volver a sentir que a veces el tiempo se detiene, pero no esta vez.

En mitad de un relámpago

La lluvia son las lágrimas de los niños que no se pueden pagar una entrada de cine. Las lágrimas son las hijas de la lluvia, los finales desgastados de un rollo de filme. El cine es una máquina de hacer nubes para niños y no tan niños, que siempre lloran. Y llorar es gastar esa película, que estalla en tu vida, en mitad de un relámpago.

Vigilia de verano

Se deslizaban los dedos por su espalda como hormigas en estampida hacia la cima de su hormiguero, corriendo, presurosas por volver a casa. Y se movía veloz también la noche en las cortinas, ondulando al son de la luna de final de mes. Muy rápido pasa el tiempo para aquellos que se aman con reloj en la negrura estival. Los dedos seguían, descubriendo tal vez rutas distintas en los surcos de su anatomía, serpenteando senderos de arena y piel, en el desierto de su desnudez. Y afuera se oía el silencio. Mueve aquí, mueve allá, embelesada la mano en el vaivén de la cortina que los esconde de las miradas curiosas de las nubes nocturnas, a las que nadie ve pero que siempre están ahí. Como el silencio, que nadie escucha; sólo los sabios, o los que aman. Y sí, era cierto, se amaban, pero la eterna disputa del final en las historias de amores de verano se inclinaba, como de costumbre, del lado de la balanza de la despedida. En vez de mover tanto la mano, podría ha