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Mostrando entradas de agosto, 2011

The end of August

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Hay un anuncio que dice que la vida no está hecha para contar calorías. Yo, este mes de Agosto de 2011, he aprendido que la vida, en general, no está hecha para contar casi nada. Pero a veces, hay que contarlo casi todo. No está hecha para contar lágrimas, ni llantos, ni penas, ni para contar mentiras. Está hecha para que algunas verdades sean contadas y para contar con números las sonrisas, y para contarle al mundo porqué sonríes. No está hecha para contar amigos con los dedos de la mano ni para contar con amigos que te den la mano. Al menos no para los amigos falsos. Está hecha para contar con gente de verdad; poca, pero suficiente.  La vida no está hecha para contar los sueños incumplidos, las promesas rotas. No está hecha para gritarle a oídos sordos nuestros anhelos secretos, no está hecha para perder oportunidades lamentándonos. La vida está hecha para contar que lo conseguimos, que luchamos por lo que queríamos; está hecha para contar cuantas veces nos caemos y cuanta

Relatividad

Lo dijo Einstein, y aunque esté lejos de ser un genio como él, ahora lo digo yo: No sé si estoy loca, o si los locos son los demás. No necesito una Teoría para saber que la locura es relativa, y que depende estrictamente de las causas que la originan: hay locuras justificadas que clasificaría de estado humano necesario, y hay locuras exageradas ajenas a cualquier causalidad que son un trastorno psicológico. Múltiples elementos de nuestra vida diaria pueden despertar nuestra locura, a cada cual la suya. Es más, casi todas las personas tenemos, al menos, dos personalidades, pero sólo una tiene la mirada aviesa y escurridiza del loco. El eterno caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero... ¿quién de los dos está más loco? La respuesta siempre es... el que está detrás del espejo. El mío tiene grietas y está muy roto, así que no lo tengo claro. ¿Y tú, lo tienes claro? A mí los ecos y los fantasmas me confunden... Pero en cualquier caso, es mejor tener cuidado: con no enloquecer y c

Diario de sueños (2)

La iglesia estaba separada de nosotros sólo por una carretera y una escalinata rodeada de jardines por la que se ascendía hasta ella. Estábamos sentados en la puerta de una casa que estaba en la esquina de una de las calles paralelas, desde donde veíamos perfectamente, aunque lejana, la puerta del templo. Una esquina justo en diagonal con el lugar sagrado: bastaba cruzar la vía para llegar hasta su escalera. Una escalera muy ancha y larga, que colocaba a la iglesia en una elevación más notoria que el resto de los edificios de la ciudad. Pero la abundancia de sus jardines a diferentes alturas y la frondosidad de los árboles que la rodeaban, camuflaban su espigada silueta y la sumergían bien en el entorno, sin perder su grandiosidad. Era una iglesia en tonos tierra, vainilla y blanco roto, con un tremendo portón que la ennoblecía. Los dueños de la casa descansaban apoyados contra un coche aparcado delante de su entrada, donde estábamos nosotros, conversando con ellos, y esperando.

Herencia rota

Y cuando no pudo más... sus gafas lloraron por ella. Y tuvieron miedo. Sus gafas tuvieron miedo, porque ni llorando podrían curar su miopía de corazón. Habían corregido su vista durante muchos años, la habían enseñado a observar nítidamente a la razón; pero ahora tenían miedo, porque el amor es ciego, y ella lo era más. Y no podían ayudarla a ver las cosas de otra forma, no podían calmarla ni sonarle la nariz, sólo podían empañarse y llorar con ella, haciendo que todo se mostrara aún más turbio, desorientándola más en su enjambre de lágrimas y dioptrías. Sus gafas tuvieron miedo, y del miedo se descolgaron de sus orejas y se deslizaron por su nariz, estrellándose contra el suelo en una caída vertiginosa que ella ya no pudo contemplar. Y al chocar, se rompieron en mil pedazos, coincidiendo con los fragmentos de su corazón. Trocitos de cristal empapados de agua y sangre que ella nunca volvió a ver, y que en un último rencor de miedo y amor, le cortaron los pies el pasar.

Más lejano que la vida, más cercano que la muerte

Era un paisaje más desértico que la superficie de la Luna, o eso parecía a primera vista. Como en aquélla, diríase que el lugar giraba en torno a algo más grande, más importante; es decir, que estaba encuadrado en un emplazamiento no prioritario. Cuando te fijabas más, empezabas a distinguir en la negrura bultos disformes,  como siluetas de esculturas abstractas de algún artista moderno. Su distribución se asemejaba azarosa, pero conforme te acercabas acertabas a establecer una sucesión de puestos, un orden atípico pero, al fin y al cabo, un orden. ¿Qué eran esas cosas? Amplía la imagen y congela. Las figuras se hacen más estrechas, alargadas, altas. Una planicie destaca en su perfil, como si no tuvieran relieve, sino que hay algo  contenido dentro de ellas. En ese momento un movimiento recorre el suelo del lugar, se estremecen sus elementos y la mirada del observador también. Algo extraño está sucediendo… Ya, ya pasó. Vuelve a enfocar y mantén la vista fija. Es el momento d

Cantos de sirenas malditas

Él también tenía una doble vida. Como la canción de Joaquín Sabina. Aunque la única infidelidad que cometía era con él mismo. Era infiel a su persona, engañaba a su propio cuerpo, a su mente confundida. Un Ulises de papel en un barco de cristal. Tenía un único enemigo: él; aunque se obstinaba en verlos en cualquier otro sitio: una noche en un bar, en una chica bonita, en la verdad. Y la verdad no era otra que la que todos compartimos: nadie está solo. Ni siquiera él. Una vez me di cuenta de ello, y no fue precisamente por algo bueno. Todos los seres humanos tememos a varias cosas, lo reconozcamos o no. Pero hay algo inherente a nuestra naturaleza, y es la necesidad de compartir vivencias y emociones; nos da pavor la soledad. Pero realmente no deberíamos tenerle miedo, es imposible estar solo. Imposible, que alguien lo intente. Yo he probado muchas veces, pero no se puede escapar. La soledad no existe, siempre hay alguien que piensa mal de ti, que

Delito en párrafo.

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Caminaba con paso apresurado, vigilante y sigiloso, a través de la concurrida avenida. La policía le seguía los pies, y él no estaba como para dejarse las piernas ni el bolsillo en escapadas a correntías o en taxi. Era mejor deslizarse por entre los ignorantes ciudadanos, que transitaban la calle ajenos al peligro. Pie aquí, pie allá. De una acera a otra, irrespetuoso con semáforos y ancianos. Cuanto más avanzaba más seguro se sentía. Ahora su pequeña fechoría quedaría impune. Pero...¡zas! El pobre delincuente se confío demasiado... y cuando cruzaba sonriente por el último paso de cebra, una señora, a la que otro gamberro acababa de robarle el bolso, gritó escandalizada: "¡Al ladrón! ¡Al ladrón!" Y el futuro convicto se sintió un viandante amenazado, y se llevó tal susto, que se le cayó el miedo, el alma y la sombra a los pies. Y así fue como le encontraron los guardias.

Ciclo de Luna roja

Me tiembla el labio y el párpado mientras me desangro a solas en el baño conmigo y sin ti. Siempre sin ti. Siempre sangre espesa y color lágrima.

Hablar en falso

Tiene que haber un limbo de las promesas perdidas. En algún rincón del universo, debe existir una nebulosa gigante que acoja todo aquello que decimos que haremos y que nunca cumplimos. Hay des-promesas de todo tipo y condición, pero las peores son aquellas en las que ponemos mayor convicción, porque ni la vergüenza personal hace fuerza en nuestra conciencia para acometerlas. Sí, debe existir esa nebulosa gigante, y más que gigante, enorme, tremendamente grande, porque sólo mis promesas incumplidas llenarían kilómetros cuadrados de espacio. De espacio inutilizado. Y aquí sigo, escribiendo sobre ello en vez de ponerme manos a la obra y evitar de una vez que ese limbo de promesas incumplidas se convierta en el agujero negro de mi vida. Tiene que haber un limbo de las promesas perdidas y yo ya estoy perdida en él.

El valor para marcharse, el miedo a llegar

No tengo miedo a salir de mi hogar. Lo que me aterra es que cuando vuelva ya no sea el mismo.

Diario de sueños (1)

De pronto estaba allí, en aquella habitación, inmóvil por miedo a que el sonido de mis movimientos rasgara el aire. Estaba allí y eso era lo único que sabía. La criatura dirigía su cara hacia donde yo me encontraba, pero donde deberían haberse hallado sus ojos, había dos rendijas negras que se hundían en la piel macilenta y me miraban inexpresivas, sin un atisbo de vida, con el color de la muerte. Colocó su mano en el cristal que nos separaba, no sin dificultad, y  la dejó quieta. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, pero un instinto extraño que no logré reconocer me impulsó a poner la mía frente a la suya. El monstruo la observó durante unos segundos, casi perplejo. Acto seguido, empezó a dar golpes contra la pared transparente, y sus iguales comenzaron a imitarle. Empezamos a correr. No sé quiénes eran los demás ni porqué estaban allí, pero saber que eran humanos como yo bastaba. No era momento para plantearse otras dudas. Analicé la situación mientras movía las

En un universo paralelo al nuestro

Que tristeza, que decepción, dos cuerpos inertes sobre el colchón. Ni tuyo ni mío, ni amor ni calor. Sólo ausencia. Ausencia de besos, de más buenos versos, de caricias desnudas en la habitación. Sólo impaciencia, por hallar la manera, de agotar esta espera, de borrar la dolencia, ceniza y carbón. Aguja en vena, aguja de un reloj, que cuenta las vidas, dos vidas, mil vidas, que llevamos perdidas en la habitación. Reloj. Compás de agonía, parsimonía sombría, la cama vacía. No te mires, ¿no me miras? Ni la sangre se calienta en este cuarto con estufas frías, y mucho menos el corazón. Contrarreloj. Menos uno, menos dos, los grados que bajan, los sueños que matan, miradas que espantan, (la ausencia y la presencia, la impaciente adolescencia), y desamor en vena... Buenas noches y adiós. Never look back, my love!

Sí hay de que tener miedo.

Sal corriendo, y tus lágrimas formarán el nuevo río de la vida y de la muerte.

De cables y acero.

Máquina autómata que dice palabras huecas de miedo y silencio . Amasijo de hierros que programó un ciego falto de oídos y de corazón. Engranaje de tuercas que ya no dan vueltas porque les falta el aceite, la sal y el limón. Cacharro con tapas y nariz de hojalata que chirría en clave palabras... de miedo y silencio.

Sé que ya es pedir demasiado, sé que yo no soy Amanda

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(Como un salto en el vacío.) Llegaste y me has dejado colgada del hilo de tus palabras, hoy soy absurda trapecista que caerá si deja de escucharlas. Un destello exagerado en el alma me agoniza si te escapas: miedo a que se apague esa luz y a que el tiempo debilite estas nuevas alas. (Como querer sentirte mío.) Lo único que anhelo es que me invites a bailar contigo: suelta ya amarras. Por favor, cántame tus sílabas, con nuestra melodía insonora de guitarra, pues son hermosas sólo porque se deslizan por tu saliva, y eso me salva. Susúrramelas en voz alta, en voz baja, ahora que te pienso, o al alba. (Como temblar si vuelve el frío.) Y si la noche se hace inmensa, si se apaga el eco rítmico que emanas, no querré más cielos infinitos; el agua no dará vida si tú te marchas. Entonces morirán las flores, no habrá mariposas entre la lavanda; pero yo soñaré que tú compusiste aquella canción, que me llamaste Amanda.

A veces

A veces pienso que comienzo demasiadas veces con un ‘a veces’ los escritos, y también creo que estoy haciendo de la escritura mi propio retrato de Dorian Gray. Así pues, Patricia Gray se pronuncia, blasfema, y exclama, en una calle londinense tétrica y maloliente, que siente un odio visceral, así y con todas las letras del abecedario. Bueno, en concreto con sólo nueve, pero el sentimiento es igual de intenso. Oh, el Londres sombrío de época es sólo mi habitación mal iluminada. Que decepción. Pues bueno, otra más, ¿queda sitio en el baúl de las pantallas de televisión rotas? Porque es ver el mismo canal una y otra vez, hasta que el mando de la tele se acaba rompiendo, porque por más que cambias de cadena, el programa sigue, y sigue, y sigue y tu vida es la misma, la misma, la misma… Y de nuevo el mismo presentador de la sonrisa perfecta y las comisuras temblorosas, con varios kilos de más de agua de colonia barata en las solapas de la usadísima chaqueta. Y con kilos de más en la co