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Mostrando entradas de octubre, 2013

El discurso

Discurso de Antonio Muñoz Molina, premios Príncipe de Asturias 2013 Escribir empieza siendo casi siempre un sueño o un capricho o una vocación imaginaria . Pero el sueño, el deseo, el capricho, no llegan a cuajar en nada si no se convierte en un oficio. Un oficio, cualquier oficio, requiere una inclinación poderosa y un largo aprendizaje. Un oficio es una tarea que unas veces resulta agotadora o tediosa por la paciencia y el esfuerzo sostenido que exige, pero que también depara, cuando las cosas salen bien, momentos de plenitud, y permite entonces la recompensa de un descanso que es más placentero porque se siente bien ganado, al menos hasta cierto punto. Digo hasta cierto punto porque todo el que se dedica plenamente a un oficio sabe que siempre hay una distancia grande entre las mejores posibilidades de un proyecto y su realización, igual que hay descubrimientos con los que no se contaba. Un oficio es una tarea práctica: uno hace algo que le gusta y que a costa de aprendizaje y em

Peces de ciudad

Ay pequeña, corre, vuela,  a sacarme de esta oscura noche gris, a meterme tu vida por las venas, a morirte por querer verme vivir. J.S. Ahora cuando te pienso lo hago con otro nombre, con otro que no me recuerde lo que depara el futuro inminente y que no se asocie a ti. Cuando te hayas ido lo recuperarás, pero entonces serán sólo letras que sonarán a despedida y ausencia, y no querré pronunciarlas nunca más. Hoy al despertarme intuí la niebla y ella me intuyó a mí, un mal presagio, me lancé en picado a la ciudad y sólo podía ver los pies de la gente dirigiéndose a sus destinos, que apenas se diferencian en una letra de desatinos. El desatino del destino se me mostraba gris esta mañana, y la noche no había tenido mucha más luz. Entre los borbotones de niebla notaba mi cuerpo fluir, intentando abrirse paso con una dificultad achacable al peso grave que había ganado la víspera. Quien diga que las emociones no tienen masa miente, a mí me empujaban hasta el suelo co

#10 Un viejo que leía novelas de amor. (Biblioteca de cámara)

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El viejo de la novela de Luis Sepúlveda no lee novelas de amor cualesquiera, lee novelas de amor "del verdadero, del que hace sufrir". Y las lee con una pasión tan devoradora como la de las bestias salvajes. Las lee con cariño, cuidado, emoción y un sentimiento que, al menos a mí, me hacía descubrirme ante él: todos los libros merecerían ser leídos con tal devoción. Antonio José Bolívar Proaño es, lo que se denomina, un buen lector. Más allá de esa ternura y de las explicaciones que la rodean (¡lean el libro!), la historia se hace clara cuando sabemos que el autor se basó en su experiencia personal, y que escribió la novela tras convivir durante meses en la selva ecuatoriana con los indios shuar, los otros grandes protagonistas junto con Antonio José Bolívar y la propia naturaleza. Podemos decir que esta es una novela de aventuras pero con una clara intención crítica y reflexiva sobre la destrucción de la selva amazónica, la codicia del hombre y las injusticias que

#9 El color púrpura. (Biblioteca de cámara)

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Esto es una Historia, en mayúscula y con todas las letras, una preciosidad que he disfrutado leyendo, pese a lo amargo, real y crudo de sus páginas. Un clásico, me atrevería a decir, que debería leer todo el mundo. Aunque no quiero desvelar mucho, diré que es una novela epistolar que reproduce cartas entre dos mujeres, dos hermanas, que se encuentran separadas por un océano y por muchos motivos. Se centra sobre todo en una de ellas, Celie, que recrea la historia de su vida en los Estados Unidos de principios del siglo XX. ¿Qué tiene de especial Celie? Ah: Celie es negra, es pobre, es fea, es una mujer, "vamos, que no eres nada". Esta novela es una joya, una fotografía que retrata muchas y muy duras situaciones, que abre los ojos a un mundo que al menos yo no conocía en esta medida. Es un grito de guerra en boca de muchas mujeres, de mujeres distintas, mujeres negras y sometidas, torturadas, difamadas, hartas. Cada una de ellas con una personalidad, con unos pri

Un techo cualquiera

Había impresa una huella de zapato, justo pegada al conducto de ventilación, en el tono grisáceo de la suciedad  y la prisa.  Su contorno contrastaba con la inmaculada pintura blanca, que se notaba bien retocada. La marca debía ser, por tanto, reciente. Era una suela grande, seguramente de hombre, de un calzado formal, pie izquierdo. Alguien había caminado por el techo, como queriendo escapar. Yo contemplaba la extensión blanca, rota por la pisada contigua a las rejillas del aire, tumbado en la camilla. Mientras me conectaban toda clase de vías y cables, me miré por encima de la barriga los pies descalzos y deseé poder dar un salto antigravedad y posar mi planta sobre la mancha que se exhibía encima de mi cabeza. A continuación, imaginé, usaría mi pie derecho aún en el aire como palanca para abrir la placa de metal y dejar libre el conducto. Posado en el techo como si éste fuera el suelo, saltaría entonces dentro del agujero cuadrado y la gravedad volvería a seguir las leyes física

#8 Amor o lo que sea. (Biblioteca de cámara)

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Otro libro que me encuentra a mí porque sabe que le necesito, que lo que voy a leer en sus páginas no es más que el miedo inminente a lo que los próximos años me deparan: La vida verdadera, la mediocridad, el afrontar solo la realidad... ¿qué habíamos hecho hasta ahora? Esta es la historia de una chica y de su camino a la madurez real tras acabar la universidad y empezar a trabajar. En ese camino se dará de bruces con dos sentimientos/elementos/obsesiones de la sociedad: el amor y el éxito. Sobre el primero, el título lo dice todo: "amor o lo que sea". El de Blanca será un amor distinto, que viviremos y desmitificaremos a un tiempo. Sobre el éxito, una serie de complots y argucias en el mundo editorial dejarán un regusto amargo en la protagonista, bajo mi punto de vista, perdida en unos engranajes que no se esperaba. Es un despertar de la inocencia asustado y nostálgico, y a la vez irrefrenable.  Una originalidad del libro, que lo hace ameno y reflexivo,

Borrador

Corría el año..., y digo corría porque en verdad llegó y se apresuró a marcharse veloz, y hasta yo me daba cuenta encerrado como estaba entre las paredes de aquella mi entonces casa. Me dedicaba a devorar libros y ensayos, todo cuanto me mandaban, y a redactar críticas mordaces para la revista o el periódico de turno, con una acritud la más de las veces fingida; aquel era mi sello de identidad. Las páginas que leía eran casi siempre como vasos de agua en mal estado, de agua que no quita la sed y hace que necesites beber y beber cada vez más y seguir bebiendo con la esperanza de que al final te sacie, o te mate. Yo me embebía en aquellas páginas: durante unas horas o días perdía el rastro de mí mismo y me sumergía dispuesto a ahogarme en un mar de letras y palabras empapadas de mediocridad mayoritariamente, decencia otras, y majestuosidad en ocasiones puntuales. Al acabar el último párrafo volvía en mí para luego abstraerme, ahora con una mano y un ojo distintos, y sentenciaba en un

#7 Bélgica. (Biblioteca de cámara).

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No añadiré nada más, no hace falta. Bélgica empieza a ser mi Ítaca, como para Chantal Maillard. Palabras y memoria.

Mi equipo favorito

Ocupé mi asiento con una mezcla de nervios y congoja; nervios pasivos, no por estar, sino por lo contrario. Estaba en la butaca y a la vez no estaba, y me convertí en una suerte de espectador y también actor, pues conforme pasaban los minutos iba siendo más consciente de que aquello también me incumbía a mí, aunque no tanto. O quizá sí. Si existe una cosa contagiosa, cuando es sincera, es la felicidad. Puedo decir que fui feliz el rato que estuve sentada en ese lugar, lloré por dentro y reí por fuera, y la mayoría de esos gritos eran de un éxtasis contento, agradecido y también un poco frustrado. Pero que a todas las cosas malas hay que sacarles el lado positivo y convertirlas en no tan malas. Y ese asiento no fue el atisbo de silla eléctrica que al principio esperaba en parte, fue un mullido sillón donde sentí justo eso: la felicidad contagiada y compartida. Si hay algo más bello que ser feliz, es poder compartirlo. Así pues, disfrazada de testigo mudo, fui partícipe de una pelí