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Agujeros de bala

La relatividad de nuestras distancias, la metamorfosis de los tiempos y los cuerpos. Antes me abrazabas el alma en carne viva, ahora en el abrazo suena el metal de las corazas. Estás lejos, me intento acercar a tientas, despacio, delicado, sin forzar las rozaduras, pero en el camino me cojea la herida de la pierna y el metal hace más ruido. Llevas puesta tu armadura de malla, tan gris, y entre su entramado de anillos de hierro y de hielo intento colar mis suspiros, mis explicaciones, pero así la piel no se acaricia. Tu corazón remendado es ahora una fuerza armada y yo me siento a la vez revólver y agujero de bala. La lejanía y el miedo en tus ojos de animal amenazado se clavan en mí como esquirlas de plata. Encuentro en todas partes los orificios sangrantes, mi espalda llena de impactos, mis manos inservibles, las convulsiones, las contracciones, el espasmo final. Tanta protección no ayuda, sólo rebota y atenaza. Que si no te quitas ya el chaleco antibalas, me

Por fin

Hoy ha sucedido, por fin. Llevaba veintisiete años soñando contigo, aguardando impaciente cada noche en vela a que una musa con tu rostro cerrara mis ojos, a que volvieras a poblar las avenidas de mis sueños, a que pasearas con timidez por los recodos de mi mente. Llevaba veintisiete años durmiendo sin ti a tu lado, respirando a ciegas tu perfume entre mis sábanas, saboreando tu saliva onírica entre el alba y el insomnio, dejando que ahuyentaras mis pesadillas sin saberlo, despertando entre sudores calientes que sólo me enfriaban. Llevaba veintisiete años rozando una utopía, tocando las teclas de ese piano que recorre tu espalda, imaginando partituras juntando tus lunares de corchea, fantaseando que tu cuerpo era la colcha y yo el invierno, moldeando tus curvas a mi antojo cada noche en cada cuerpo. Llevaba veintisiete años siendo un juntaletras triste roto remendado desangrado enmascarado, un preso encadenado al cielo con las alas extirpadas, un poeta de nadie p

K.O.s

Parece que todo está en orden. Analizo una y otra vez el cuarto, deteniéndome en cada detalle, en cada elemento estático que impertérrito me devuelve una mirada sin ojos. La cama perfectamente hecha, la manta extendida en una esquina formando un ángulo concreto, el libro en la mesilla de noche con el giro justo para que parezca casual, el botellín de agua lleno y un reloj pulsando las horas. Del otro lado, repisas guardando equilibrio sobre la pared, con la colección de objetos que sobre ellas viven limpios y a su modo ordenados: libros agrupados por intuición literaria, algunas velas cuidadosamente repuestas tras cada uso, un par de cajas que almacenan esas cosas que no encuentran hueco en ningún lugar, doce o trece discos, álbumes de fotos cronológicamente dispuestos, y unas muñecas rusas de tonos vivos. Al fondo dos armarios de puertas correderas. Voy hacia ellos y las abro, primero descubro un lado y luego otro, y dentro también encuentro la cuadrícula ideada, la ropa doblada y

Elefante

Mamá, ¿dónde están? ¿Las tiraste? Mis viejas botas grises, las de la hebilla color bronce y la suela marrón de caucho. Llevo horas buscándolas por los armarios. Sí, aquellas que me compré en esa zapatería del barrio que hacía esquina y que cerró hace unos años. No disimules, sabes las que son. Hubo una época en la que no me las quitaba. En los días claros me gustaba ponérmelas con los vaqueros y una camiseta fina porque pensaba que me hacían desentonar un poco; y en los días grises era inevitable que me llamaran desde el zapatero, ¡cálzanos!, arriba el poncho de lana y abajo ellas, pisando charcos. Tal vez las maltraté un poco, les di demasiado uso sin tregua. Por eso se les desgastó totalmente el bajo tacón cuadrado, y llegó un día en que la suela se rió de mí y se despegó, como si la bota estuviera sacándome la lengua. Compré pegamento extra fuerte y las reparé, aunque tú me decías que ya estaban feas, pero mamá ¡y eso qué importaba! En verdad me gustaban más así. Con los años las b

Sin combustible

Hay cuatro grupos de personas en el autobús. Están las parejas que se apretujan entre sí para evitar el frescor gélido del aire acondicionado y exhiben sus besos acaramelados por la ranura que queda entre los dos asientos, con más ruido del que me gustaría, con el inexistente decoro adolescente. Los grupos de señoras que van del pueblo a la ciudad y chismorrean como gallinas, con sus bolsos cargados y sus peinados recién enlacados en la peluquería del barrio esa misma mañana, provocándome mareo por su agitada conversación y el olor fuerte de la laca. Los hombres que van o vuelven de trabajar, con el mono de faena empolvado de tierra y las fiambreras del almuerzo, la mirada perdida por la ventana entre los campos que en otro momento del año les tocará segar, pensando quizás en cosechas más fructíferas. Y por último, ahí estoy yo. Con frío en el asiento, cobijándome tras mi propia sombra de payaso triste, quitándome las gafas para no poder distinguir los detalles del paisaj

Delta

Río Duero, río Duero,  nadie a estar contigo baja,  ya nadie quiere atender  tu eterna estrofa olvidada, sino los enamorados  que preguntan por sus almas  y siembran en tus espumas  palabras de amor, palabras. Gerardo Diego. La mujer estaba sentada en el borde del banco, con la espalda todo lo recta que su edad le permitía y las piernas juntas, las manos apoyadas simétricamente sobre las rodillas y el bolso de flores colgando del hombro. El resto de su atuendo era negro y gris, al igual que su cabello, recogido en un moño bajo y ahuecado. Debía de pasar sobradamente los setenta y se erguía allí, al filo de las tablillas de madera, con la mirada perdida. Me fijé en ella un rato después de estar yo misma sentada, apoyada en el muro que separaba el paseo de las inmediaciones del río. Había ido a caminar y tomar el aire, y elegí ese punto concreto por estar próximo a la pequeña cascada que se formaba en la corriente, fruto de un desnivel del terreno que allí pres

Olor a sábado

Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas, pero mi senda se pierde en el alma de la niebla. La luz me troncha las alas y el dolor de mi tristeza va mojando los recuerdos en la fuente de la idea. Canción otoñal , Federico García Lorca. Hace unos días me topé de bruces con un recuerdo de mi infancia. No sé qué fue lo que retuvo ese pensamiento en el aire, pero de pronto se formó una composición ante mis ojos y me llegó un olor del pasado, y la combinación de ambas sensaciones me transportó irremediablemente a una situación vivida mucho tiempo atrás, repetida casi con periodicidad cada sábado. Me vi a mí misma con cinco o seis años ante el escaparate de una tienda, un cubo de cristal incrustado en mitad del pequeño centro comercial, cuyas paredes hasta el techo exhibían cientos de peluches ahogados contra el vidrio. Uno con otro, los juguetes peludos y mullidos se aplastaban entre ellos, luchando por un espacio para mostrarse

Septiembre

De repente, las playas se han quedado desiertas;  ha refrescado un poco y se acortan las tardes.  Hoy comienza septiembre, y la melancolía del final del verano, puntualísima, acude  a su cita conmigo. Hay que volver mañana a la ciudad. En ella, me esperan las rutinas y las viejas costumbres que me fueron haciendo ser el que soy. Muy pronto se irán quedando en nada los sueños que he soñado junto al mar, los propósitos de libertad, de cambio, que, en las noches de julio y agosto fabulé, tan fervorosamente como en la adolescencia, a la vez que mis ojos con asombro miraban la inquieta muchedumbre de los astros del cielo. En la ciudad, no hay duda,  me encontraré de nuevo cuando llegue con ése que se quedó en mi casa mientras yo estaba fuera,  con ése que se niega a cambiar y conoce  como nadie mis gustos, mis horarios, las cosas que me atan a mí mismo. Él me pondrá al corriente de los tontos asuntos que habrá que ir resolviendo en los próximos días.

Cuento de verano VII

Desde el balcón blanco de la casa que había alquilado se veía el mar a tan sólo unos metros, y la superficie de éste brillaba lanzando destellos por toda su extensión. Los kilómetros de agua se sucedían hasta perderse en un horizonte salpicado de montículos de tierra, pequeñas islas vírgenes con nombres que evocaban historias del lugar. Pelícano, Isla Blanca, La Extranjera, Isla Reto. El destino es lo de menos, le dijo a la anónima mujer que lo atendió en la inmobiliaria. Sólo quería marcharse lejos unas semanas, a cualquier sitio frente al mar, donde no hubiera aglomeraciones de gente ni ruido. Ahora observaba la quietud de la zona desde el balconcillo del primer piso en el pequeño adosado, rodeado de macetas pobladas de geranios rojos e hibiscus con las corolas a punto de reventar. Mecía la hamaca quejumbrosa y en la mano sostenía una copa de tinto, doce grados en el interior del vaso y más de treinta en el exterior. No se movía una brizna de viento, y el sol se posaba sobre lo

Mafalda

"Yo, lo que quiero que me salga bien es la vida." Quino. Eme se despierta con una cortina suave y lisa enmarcándole el rostro, pero ella tiene el espíritu rizado y salvaje. Eme se levanta sin rumbo y le echa un vistazo al estante de los recuerdos, sacudiéndose un poco el polvo del corazón. Eme desayuna y se va sintiendo más entera, aunque sea sólo por fuera, el desasosiego aguarda dentro en un cajón. Eme sabe bien que para desentonar con todo el mundo sólo debe sonreír, las esquinas de sus ojos lo hacen por ella. Eme tiene estilo hasta al andar y, sin saberlo, por donde pasa deja huella, una persona sola en un cruce de caminos. Eme dibuja Mafaldas en los bordes de un pentagrama aún muy vacío, donde a veces el hastío no le permite tocar. Eme baila y con las vueltas se sacude la nostalgia de algo que aún anhela, mi filósofa de la música que también sueña. Eme es una niña que nació siendo mujer y que ahora silenciosamente encierra mil secreto

Cuento de verano VI

Cerró las ventanas, pero a través de los cristales se colaban los rayos arrojados por los faros de los coches, deslizándose entre los arbustos que separaban el apartamento de la carretera, rebotando contra las lámparas de dentro, hacía rato apagadas, y reflejándose en los metales y superficies deslizantes, creando un juego de luces hipnótico y aleatorio. Tras la sucesión intermitente y escasa de coches se adivinaban los mástiles de los barcos del puerto, esperando trémulos y lánguidos al amanecer del siguiente día. El único punto de luz fijo en el interior de la casa era la llama de un cigarro. El fuego devoraba el papel creciendo en cada calada, sostenida por unos dedos terminados en coral. Con las aspiraciones el punto de luz iluminaba un poco más y acertaba a alumbrar unos ojos surcados de arrugas, quizás ya viejos, pero esa noche jóvenes, perfilados de negro y muy brillantes. La boca humeante se giró hacia las ventanas, el moño bajo y medio despeinado rotando perfectamente sob

Eco

Hace días que no me salen las palabras, que estoy parada inerte ante el papel en blanco sin tener nada que contar, porque todo lo he contado ya. Y no me gusta repetirme. Ahora cuando siento sensaciones todas tienen un regusto amargo y carcomido, similar a la comida precalentada, como si todo estuviera ya sentido, como si los sentimientos se guardaran en cajas y se mandaran por encargo: meter al microondas tres minutos y consumir, intentar digerir. Ahora la vida no se me va con lo que escribo, simplemente se va, se va y me susurra mientras se aleja, no te preocupes, volveré tal cuál me recuerdas, porque todo lo que habías de vivir ha pasado ya. Ahora entiendo que la mitad de la vida está hecha de los recuerdos de la otra mitad, que poco a poco se acercan los años en los que no ocurrirá nada, solamente se pensará en el pasado, con esa mirada crítica y pesimista que sigue alegando que todo pasado fue mejor. Hoy me acusa dentro la teoría del eterno retorno, pero un eco adusto me i

El hábito no hace al conserje

La joven del tercero se cambiaba de ropa cerca de la ventana, con la persiana subida y las cortinas abiertas, incitando a la lascivia y queriéndose saber observada, no cabía duda. Acaso no había de saber ella que, por la magia del reflejo en los cristales, su silueta viajaba de ventana en ventana, y así llegaba hasta el ventanuco del pasillo, desde donde yo observaba, no por placer sino por pura coincidencia, su cuerpo esbelto y pecaminoso, sus movimientos incitantes al quitarse una prenda tras otra. Cómo no iba a ser esa una conducta reprochable, si se empeñaba en repetir ese ritual cada día a las mismas horas y a enturbiar mi paz interior con sus curvas creadas por el mismísimo diablo. En el corredor del segundo piso había cada jueves y viernes un insoportable hedor a marihuana. Que yo no he fumado nunca, pero uno sabe a qué huele eso. Una ligera neblina desenfocaba la puerta a los avernos de aquel piso en que vivían tres estudiantes, que también montaban jaleo varias noches a la

Anclas

Mónica sostiene el cigarrillo entre los dedos y lo hace bailar como la experta fumadora que es, entreabriendo a cada minuto los labios, suspirando bocanadas de oes que su media sonrisa, torcida en una mueca, se encarga de acentuar como la primera vocal de su nombre. Guille ahuyenta el humo y sus pensamientos en la otra esquina de la mesa, esgrimiendo su perfil taciturno ante un Andrés más enfrascado en la cerveza que tiene ante sí que en el gesto adusto de la nariz de su colindante. A mi lado está Mar, con las rodillas flexionadas contra su pecho, en una postura que habría resultado tierna para alguien de menos edad y más dulzura en el rostro. Mar es una tormenta en mitad del océano y nosotros el resto de la tripulación de un barco que naufragó hace mucho tiempo. Alguien rompe el silencio. Qué fue de aquel, de Martínez, ¿os acordáis? Otro le contesta que hace poco lo ha visto en no se cuál panadería llevándose cuatro baguettes, que debe tener familia o gustarle congelar el pan. Br

Premonición

Entra al baño de su apartamento y ni se molesta en cerrar la puerta, está sola. Se sienta en la tapa del inodoro y se sorprende de que sus rodillas estén tan altas y flexionadas, entonces repara en los tacones de ocho centímetros que ya ni recordaba que calzaba. Se los quita y los lanza a una esquina, dejando al aire sus talones con heridas; las visibles. Apoya los brazos en el lavabo sentada aún y entierra la cabeza en ellos. El peinado se le ha deshecho, el rímel corre por sus mejillas formando una acuarela expresionista y tizna de negro el mármol blanco, una metáfora en color de lo que ha sentido esa noche, y otras. Abre el grifo y escucha el agua caer, que moja las puntas de su cabello y salpica con breves gotas los antebrazos. Su rumor líquido la relaja, es el único sonido que resuena a esas horas de la madrugada. Intenta respirar pausadamente cómo le han enseñado tantas veces: inspira, espira, inspira, espira, deja la mente en blanco. Pero el aire que insufla le escuece en e

Recuerdos de Bélgica 2: Laundry time

Imagen
Ahora que miro atrás, me maravillo de que fuera capaz de acometer aquella empresa y no odiarla. Al contrario, me encantaba. Mi espalda aún se resiente; mis recuerdos y buenos momentos, no. Y es que en Bélgica, especialmente donde yo vivía, lo de tener lavadora en casa es un mito urbano. Y ya si es un piso o residencia de estudiantes, apaga y vámonos. Por eso hay decenas de pequeñas lavanderías desperdigadas por toda la ciudad, abiertas todos los días del año, con precios razonables. Yo tuve la "suerte" de tener una no muy lejos de casa, con el añadido de estar al lado de un supermercado bastante barato. También había un gimnasio, pero eso ni lo pisé; ya me parecía bastante ejercicio tener que echar el viaje cargada hasta allí. Porque la otra cara de la moneda, la de la mala suerte, era que mi vivienda se encontraba en una parte en pendiente de la zona; y muy, muy en pendiente. Así, el camino hacia la lavandería era un paseo principalmente agradable: cuesta abajo, al

Otra vez

O tra vez a limpiar tus labios de la copa, las huellas dactilares de tus pasos y las pisadas en mi piel de tus manos. Otra vez a recoger del suelo tu ropa, a borrar tu perfume con otro que lo tape y que siempre huele a fracaso. Otra vez a morderme hasta sangrar a mí mismo la boca, a sujetar el teléfono y exigirme cállate, a intentar frenar el desenfreno. Otra de muchas, escasa, incoherente, anhelada, sólo otra. Otra vez a pretender quitar tu marca del sofá, a llevar los muebles del corazón al desguace y que salga a devolver y en negativo. Otra vez a esquivar pesadillas en la noche, la noche desestrellada y la falta de sueño, los sueños encerrados en jaulas de cera. Otra vez esa mirada insincera y en números rojos, otra vez a barrer los despojos que apenas quedan entre tú y yo. Otra de cientos, más de cien mentiras, la verdad hecha pedazos, la hipocresía. Otra vez la madrugada extinguiéndose y yo a medias entre un poco y la nada