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Mostrando entradas de octubre, 2014

Sin combustible

Hay cuatro grupos de personas en el autobús. Están las parejas que se apretujan entre sí para evitar el frescor gélido del aire acondicionado y exhiben sus besos acaramelados por la ranura que queda entre los dos asientos, con más ruido del que me gustaría, con el inexistente decoro adolescente. Los grupos de señoras que van del pueblo a la ciudad y chismorrean como gallinas, con sus bolsos cargados y sus peinados recién enlacados en la peluquería del barrio esa misma mañana, provocándome mareo por su agitada conversación y el olor fuerte de la laca. Los hombres que van o vuelven de trabajar, con el mono de faena empolvado de tierra y las fiambreras del almuerzo, la mirada perdida por la ventana entre los campos que en otro momento del año les tocará segar, pensando quizás en cosechas más fructíferas. Y por último, ahí estoy yo. Con frío en el asiento, cobijándome tras mi propia sombra de payaso triste, quitándome las gafas para no poder distinguir los detalles del paisaj

Delta

Río Duero, río Duero,  nadie a estar contigo baja,  ya nadie quiere atender  tu eterna estrofa olvidada, sino los enamorados  que preguntan por sus almas  y siembran en tus espumas  palabras de amor, palabras. Gerardo Diego. La mujer estaba sentada en el borde del banco, con la espalda todo lo recta que su edad le permitía y las piernas juntas, las manos apoyadas simétricamente sobre las rodillas y el bolso de flores colgando del hombro. El resto de su atuendo era negro y gris, al igual que su cabello, recogido en un moño bajo y ahuecado. Debía de pasar sobradamente los setenta y se erguía allí, al filo de las tablillas de madera, con la mirada perdida. Me fijé en ella un rato después de estar yo misma sentada, apoyada en el muro que separaba el paseo de las inmediaciones del río. Había ido a caminar y tomar el aire, y elegí ese punto concreto por estar próximo a la pequeña cascada que se formaba en la corriente, fruto de un desnivel del terreno que allí pres

Olor a sábado

Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas, pero mi senda se pierde en el alma de la niebla. La luz me troncha las alas y el dolor de mi tristeza va mojando los recuerdos en la fuente de la idea. Canción otoñal , Federico García Lorca. Hace unos días me topé de bruces con un recuerdo de mi infancia. No sé qué fue lo que retuvo ese pensamiento en el aire, pero de pronto se formó una composición ante mis ojos y me llegó un olor del pasado, y la combinación de ambas sensaciones me transportó irremediablemente a una situación vivida mucho tiempo atrás, repetida casi con periodicidad cada sábado. Me vi a mí misma con cinco o seis años ante el escaparate de una tienda, un cubo de cristal incrustado en mitad del pequeño centro comercial, cuyas paredes hasta el techo exhibían cientos de peluches ahogados contra el vidrio. Uno con otro, los juguetes peludos y mullidos se aplastaban entre ellos, luchando por un espacio para mostrarse