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Mostrando entradas de noviembre, 2014

Agujeros de bala

La relatividad de nuestras distancias, la metamorfosis de los tiempos y los cuerpos. Antes me abrazabas el alma en carne viva, ahora en el abrazo suena el metal de las corazas. Estás lejos, me intento acercar a tientas, despacio, delicado, sin forzar las rozaduras, pero en el camino me cojea la herida de la pierna y el metal hace más ruido. Llevas puesta tu armadura de malla, tan gris, y entre su entramado de anillos de hierro y de hielo intento colar mis suspiros, mis explicaciones, pero así la piel no se acaricia. Tu corazón remendado es ahora una fuerza armada y yo me siento a la vez revólver y agujero de bala. La lejanía y el miedo en tus ojos de animal amenazado se clavan en mí como esquirlas de plata. Encuentro en todas partes los orificios sangrantes, mi espalda llena de impactos, mis manos inservibles, las convulsiones, las contracciones, el espasmo final. Tanta protección no ayuda, sólo rebota y atenaza. Que si no te quitas ya el chaleco antibalas, me

Por fin

Hoy ha sucedido, por fin. Llevaba veintisiete años soñando contigo, aguardando impaciente cada noche en vela a que una musa con tu rostro cerrara mis ojos, a que volvieras a poblar las avenidas de mis sueños, a que pasearas con timidez por los recodos de mi mente. Llevaba veintisiete años durmiendo sin ti a tu lado, respirando a ciegas tu perfume entre mis sábanas, saboreando tu saliva onírica entre el alba y el insomnio, dejando que ahuyentaras mis pesadillas sin saberlo, despertando entre sudores calientes que sólo me enfriaban. Llevaba veintisiete años rozando una utopía, tocando las teclas de ese piano que recorre tu espalda, imaginando partituras juntando tus lunares de corchea, fantaseando que tu cuerpo era la colcha y yo el invierno, moldeando tus curvas a mi antojo cada noche en cada cuerpo. Llevaba veintisiete años siendo un juntaletras triste roto remendado desangrado enmascarado, un preso encadenado al cielo con las alas extirpadas, un poeta de nadie p

K.O.s

Parece que todo está en orden. Analizo una y otra vez el cuarto, deteniéndome en cada detalle, en cada elemento estático que impertérrito me devuelve una mirada sin ojos. La cama perfectamente hecha, la manta extendida en una esquina formando un ángulo concreto, el libro en la mesilla de noche con el giro justo para que parezca casual, el botellín de agua lleno y un reloj pulsando las horas. Del otro lado, repisas guardando equilibrio sobre la pared, con la colección de objetos que sobre ellas viven limpios y a su modo ordenados: libros agrupados por intuición literaria, algunas velas cuidadosamente repuestas tras cada uso, un par de cajas que almacenan esas cosas que no encuentran hueco en ningún lugar, doce o trece discos, álbumes de fotos cronológicamente dispuestos, y unas muñecas rusas de tonos vivos. Al fondo dos armarios de puertas correderas. Voy hacia ellos y las abro, primero descubro un lado y luego otro, y dentro también encuentro la cuadrícula ideada, la ropa doblada y

Elefante

Mamá, ¿dónde están? ¿Las tiraste? Mis viejas botas grises, las de la hebilla color bronce y la suela marrón de caucho. Llevo horas buscándolas por los armarios. Sí, aquellas que me compré en esa zapatería del barrio que hacía esquina y que cerró hace unos años. No disimules, sabes las que son. Hubo una época en la que no me las quitaba. En los días claros me gustaba ponérmelas con los vaqueros y una camiseta fina porque pensaba que me hacían desentonar un poco; y en los días grises era inevitable que me llamaran desde el zapatero, ¡cálzanos!, arriba el poncho de lana y abajo ellas, pisando charcos. Tal vez las maltraté un poco, les di demasiado uso sin tregua. Por eso se les desgastó totalmente el bajo tacón cuadrado, y llegó un día en que la suela se rió de mí y se despegó, como si la bota estuviera sacándome la lengua. Compré pegamento extra fuerte y las reparé, aunque tú me decías que ya estaban feas, pero mamá ¡y eso qué importaba! En verdad me gustaban más así. Con los años las b