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Mostrando entradas de enero, 2014

Por la espalda

Las palabras me han traicionado. Confiaba en ellas, ingenua y ciegamente. Eran los testigos fieles y callados de mis emociones, las consejeras comprensivas de mis pensamientos, la respuesta y la forma de formular la pregunta, la herramienta para dar rienda suelta a las historias y sensaciones que abstrajeran mi mente de la realidad; eran la prosa y la poesía. Después de años usándolas para crear e imaginar, para describir situaciones y versar sentimientos, para idealizar momentos o soñar desenlaces; después de años tendiéndome su brazo silabeado para usarlo a mi antojo y permitirme empatizar con otras vidas; ahora, justo ahora, se burlan de mí. Ahora me está vetado elegirlas, y algunas se empeñan en aparecer en mi boca cuando no quiero nombrarlas, me señalan con su sílaba acentuada y se mofan. Hay grupos de palabras escondidas en algún rincón de mi cabeza que se resisten a mostrarse ante mí, que ya no me dejan usarlas y se ríen con onomatopeyas. Hay otros conjuntos que no pa

Confesión de un secuestro por amor

Desapareciste en un parpadeo. Conté hasta tres, abrí los ojos y ya no estabas. Quizás añorabas  todo lo que robé de ti. Merezco una cadena perpetua, mi cara en un cartel de se busca, y todas las condenas del mundo para pagar el botín, para intentar equilibrar la balanza de la cantidad legal de sueños que puede soñar un hombre, y que puede ver cumplir. Este hombre te soñó a ti. Fuiste un tesoro ilícito, una cámara acorazada que se abrió sin llave maestra. Una joya en un escaparate, un año sin almanaques todo hecho de horas soñadas, de esas que desajustan la justicia que ordena el destino de los mortales. Fuiste una colección de arte, a veces la más perfecta imitación de tu propio ser hecho a medida. Yo hurtaba con desenfreno en las esquinas de tu escultura, adueñándome de todo lo que generosamente me dabas. Birlaba tus piedras preciosas, me guardaba con celosía el mapa para escalar a tus piernas, preciosas también. Eras mi diamante en bruto, y te col

Pudo empezar por vocal

Empecé por la A, ¿por cuál iba a empezar? A veces me gusta comenzar por el final, eso es cierto, pero en este caso el final me rozaba peligrosamente con las uñas afiladas, así que, falto de imaginación para idear otro criterio, abrí por la primera página sin más y empecé a leer. A, ababillarse, ababol, abacá, abacería, abacial, ábaco, abacorar, abad, abada, abadejo. De cada diez palabras conocía sólo un par; me sentía un inculto y un ignorante a medida que pasaba hojas del diccionario, lo cual no hacía sino motivarme y esperanzarme aún más en mi empresa. Iba con el pesado tomo a todas partes: escrutaba palabras en la cola del supermercado, en los descansos del trabajo, mientras sacaba dinero del cajero, esperando en los atascos, cepillándome los dientes, en la cama hasta caer rendido. Y a la mañana siguiente volvía a retomarlo con más entusiasmo si cabe. Atenuar, ateo, aterciopelado, aterecerse, aterirse, atérmano, aterrada, aterrador, aterrajar, aterrizaje. Cuando acabé con la p

El mismo hombre

“No tenían razones para no emborracharse”. Un paseo por el lado salvaje , Nelson Algren Deambula sin pisar las baldosas amarillas en busca de algún bar que le soporte y le expropie de los soportales que le aguantan cada noche el alma. Una persiana subida es un atisbo de vida aún viva a esas horas de la madrugada cuando el cínico suplica y el borracho se desnuda, cuando los gatos se besan en los tejados y la niebla le pone celosa un velo a la luna. En cada nueva vieja barra se desvela y se le revela un antiguo secreto a voces por los altavoces raídos de telarañas del local. A ritmo de blues, las más noches, se encuentra mirando en el fondo de un vaso, fondeando como un buzo a contracorriente, escuchando de un saxo las notas que no toca. Esta noche no le toca hallar respuesta alguna a la ausencia de su boca, y el saxo suena a sexo, y el sexo muere ajeno a todo en los tejados aún poblados por felinos cuando a él le cierran la persiana y corre gatuno a la caza

Érase una taza

"Almaceno tazas en un lado de la mesa de estudio: tazas con posos de café, marcas rojas de té, cercos sabor chocolate y restos de más café. Mis amigos cuando me visitan me preguntan por qué necesito tantas tazas para mí sola. No es puro afán coleccionista, aunque un poco también; simplemente las uso una detrás de otra y me gusta apilarlas, ponerlas en fila y reposarlas a ese lado de mi zona de trabajo, vigilantes y expectantes.  Tengo tazas de todos los colores, algunas con mensajes optimistas, tazas recuerdos de viajes, regalos, tazas con forma de animal, unas grandes, otras pequeñas, altas y delgadas, tazones y tacitas, con tapadera y un agujerito para beber, tazas rotas por el asa, pegadas y reparadas, desportilladas; tengo una familia variopinta de tazas de todas las edades y razas. No penséis que las uso y las voy abandonando a su suerte y suciedad, eso no; pero hasta que no acabo en lo que ando metida, sea un trabajo, un escrito o un poema, quizás un dibujo, no las muevo.

Transoceánico

Y el mar, el dulce mar tan trágico, a su propia distancia sometido, sabrá dejar escrito que el viaje nunca fue nuestro tesoro. Luis García Montero. Tengo dos relojes en una de las paredes de mi casa. Uno marca esta hora, exacta; el otro, seis horas menos. Mientras me preparo la comida te imagino desperezándote, sepultada bajo kilos de mantas polares, de esas de pelo tan suave como tu piel. Como, y jugando con los cubiertos te veo refrescarte en el baño, lavarte los dientes y vestirte con cinco capas de ropa, abrir las cortinas y contemplar una blancura espesa y limpia. Yo recojo los platos, y fregándolos te diviso desde lejos retirando la nieve de la entrada, empuñando la pala con decisión y gracilidad, resbalándote graciosamente sobre el suelo helado. Tú actúas todo el rato con normalidad, no te sientes observada, pero yo no puedo parar de pensarte. Paso la tarde en el trabajo viendo tu película diaria: te presiento saliendo de casa y dirigiéndote al barrio latino

La movilidad exterior

Volvió de aquel largo viaje muy cansado, y supo, desde el primer momento en que pisó sus antiguas calles, que había cambiado. Cambiado como te cambian todos los viajes, de los que vuelves siendo el mismo pero en distinta piel; pero esta vez, el distinto no era sólo él. Anduvo por la ciudad perdido, siendo sombra e imagen de cientos de otras personas como él, con una historia y un destino similares; nada destacable, nada perdurable. Sólo una maleta tatuada de sellos a cuestas y otras cosas que arrastrar. Las calles grises vomitaban mujeres en vestidos de colores, como colibríes de diciembre haciendo un canto a la primavera; pero ninguna reparaba en él. Había niños jugando en las plazas y su algarabía se le hacía molesta y ruidosa. Se sentía un sin techo del corazón, y al instante se arrepentía de su egoísmo al reparar en los mendigos que adornaban cruelmente las esquinas, como una decoración de navidad más. Deslizó algunas monedas aquí y allá, y se dirigió a un bar. Dentro, nada s

Que no es el contenido, sino la compañía

No sé de qué vamos a hablar hoy. De la universidad, del amor, de unos, de otras, de política, del futuro. Poco importa; me importa que me escuches, pues lo único que necesito es empezar a soltar pamplinas por la boca. Y desinflarme. Hoy es un día para sentarse en un banco y ver a los niños pasear y a los ancianos gatear; para ponerse cómodo en la acera, al lado de los jardines con geranios del ayuntamiento, con las piernas cruzadas y las manos enlazadas en la nuca. Y soltar al aire ¡qué vida más perra! Aunque no sepa de qué vamos a hablar, voy a hacerlo hasta perder la voz y quedarme afónica y desgarrada, como los cantantes melancólicos y rotos que escriben esas canciones que nos desvelan cada noche. Como un bálsamo que cure cicatrices , voy a parlotear hasta la extenuación. Tú sólo tienes que hacer como que me prestas toda tu atención, no te pido más esfuerzo; cuando hablo y tú me escuchas haces que no me sienta sola. A cambio compartiremos una bolsa de pipas, con la condició