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Mostrando entradas de julio, 2014

El hábito no hace al conserje

La joven del tercero se cambiaba de ropa cerca de la ventana, con la persiana subida y las cortinas abiertas, incitando a la lascivia y queriéndose saber observada, no cabía duda. Acaso no había de saber ella que, por la magia del reflejo en los cristales, su silueta viajaba de ventana en ventana, y así llegaba hasta el ventanuco del pasillo, desde donde yo observaba, no por placer sino por pura coincidencia, su cuerpo esbelto y pecaminoso, sus movimientos incitantes al quitarse una prenda tras otra. Cómo no iba a ser esa una conducta reprochable, si se empeñaba en repetir ese ritual cada día a las mismas horas y a enturbiar mi paz interior con sus curvas creadas por el mismísimo diablo. En el corredor del segundo piso había cada jueves y viernes un insoportable hedor a marihuana. Que yo no he fumado nunca, pero uno sabe a qué huele eso. Una ligera neblina desenfocaba la puerta a los avernos de aquel piso en que vivían tres estudiantes, que también montaban jaleo varias noches a la

Anclas

Mónica sostiene el cigarrillo entre los dedos y lo hace bailar como la experta fumadora que es, entreabriendo a cada minuto los labios, suspirando bocanadas de oes que su media sonrisa, torcida en una mueca, se encarga de acentuar como la primera vocal de su nombre. Guille ahuyenta el humo y sus pensamientos en la otra esquina de la mesa, esgrimiendo su perfil taciturno ante un Andrés más enfrascado en la cerveza que tiene ante sí que en el gesto adusto de la nariz de su colindante. A mi lado está Mar, con las rodillas flexionadas contra su pecho, en una postura que habría resultado tierna para alguien de menos edad y más dulzura en el rostro. Mar es una tormenta en mitad del océano y nosotros el resto de la tripulación de un barco que naufragó hace mucho tiempo. Alguien rompe el silencio. Qué fue de aquel, de Martínez, ¿os acordáis? Otro le contesta que hace poco lo ha visto en no se cuál panadería llevándose cuatro baguettes, que debe tener familia o gustarle congelar el pan. Br

Premonición

Entra al baño de su apartamento y ni se molesta en cerrar la puerta, está sola. Se sienta en la tapa del inodoro y se sorprende de que sus rodillas estén tan altas y flexionadas, entonces repara en los tacones de ocho centímetros que ya ni recordaba que calzaba. Se los quita y los lanza a una esquina, dejando al aire sus talones con heridas; las visibles. Apoya los brazos en el lavabo sentada aún y entierra la cabeza en ellos. El peinado se le ha deshecho, el rímel corre por sus mejillas formando una acuarela expresionista y tizna de negro el mármol blanco, una metáfora en color de lo que ha sentido esa noche, y otras. Abre el grifo y escucha el agua caer, que moja las puntas de su cabello y salpica con breves gotas los antebrazos. Su rumor líquido la relaja, es el único sonido que resuena a esas horas de la madrugada. Intenta respirar pausadamente cómo le han enseñado tantas veces: inspira, espira, inspira, espira, deja la mente en blanco. Pero el aire que insufla le escuece en e