Carreteras secundarias
Un pozo sin fondo, vaciado de petróleo. Una mano que emerge ennegrecida de él. Un cadáver que se pudre en las tinieblas de lo hondo. Una estación sin letrero, sin destinos y sin ley. En los suburbios del desierto, donde muere el horizonte, las colinas serpentean grises sobre el atardecer. Allí ya no hay luz, no hay vida, no hay hombres. Los fantasmas habitan los túneles del ayer. Y de ese pasado feroz, queda un rastro mugriento, que envilece las luces de la antigua estación. La barra del bar está fría y helada, tiemblan los asientos, mueren los perros, las sirenas suenan al anochecer. Las luces de neón ya no brillan como antes, se apagó hasta la oscuridad; se la comieron los coyotes de las carreteras secundarias. En ese mundo cruel y sin colores, saco la mano por el pozo, que me quiere absorber. Saco la mano y la olisquea un lobo, saco la mano y me la enfría el viento, saco la mano y me intento sujetar al borde. Pero la mano me suelta a mí misma y empiezo a caer, caer, caer.....