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Primeras veces

                                                                   Quedó un taxista que pasaba mudo al ver cómo empezaba La Cibeles a llorar, y chocó contra el Banco Central. A la sombra de un león, Ana Belén y Joaquín Sabina Podría empezar hoy. Ahora que el cerco que deja mi copa llena sobre la mesa cierra el círculo de mi caricatura y no recuerdo la primera vez que bebí estando sola. Ahora que veo películas de amor y no visualizo ninguno de los primeros te quiero que dije a cada desamor y fueron de verdad. Ahora que me roza la treintena y han pasado tantos años que no tengo ni la menor idea de cuándo fue la primera de mis crisis de ansiedad. Ahora que el ansia me puede y no consigo rescatarme ni rescatar el primer recuerdo de ese miedo que aún acecha a estar sola conmigo. Ahora que repaso mis lecciones de vida y puedo afirmar que también hubo una primera vez en la que creí en mí, y que habrá más. Podría empezar hoy. Hoy fue la primera vez que vi a La Cibeles llorar nieve y el Banco C

Acotaciones

amor Del lat. amor, -ōris. 2. m. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. miedo Del lat. metus 'temor'. 1. m. Angustia por un riesgo o daño real o imaginario. Me gusta definir las cosas, entender la amalgama de significados que un concepto, una idea o una persona pueden englobar. Pero hay cosas que no se pueden definir, que no se deben acotar. Ni ponerle diques al mar, ni puertas al campo, ni definición al amor. Qué miedo da el amor. Se habla mucho de ese primer chispazo, del momento en el que piensas, es él, creo que es él, de momento es él, quiero que sea él. Tu corazón empieza a agitarse y pide soltar riendas, desbocarse, salir corriendo. Que el amor no es un límite, es una ventana abierta. Pero el amor real, tangible, recíproco también es cosa de dos. Y en ese dos, entra el miedo. Se habla mucho de ese primer chispazo, pero no de cóm

El temblor

La vida de uno es, al final, una insignificante muestra a escala diminuta de lo que sucede en el resto del universo. Un suspiro después del Big Bang. La naturaleza sigue su curso, los momentos encajan, la fluidez fluye y todo parece tener sentido. Hay altibajos pero, al final del día, todo está más o menos donde tenía que estar. Se recomponen los sustos, se solucionan los problemas; otros se olvidan. Pero a veces, la tierra tiembla, la vida tiembla y te sacude, se sacude, se quita el polvo y te tira al suelo. Que no lo viste venir. Pero se ha enredado todo, miraste la rueda en vez del horizonte y te caíste. Escuece la mano; se tizna de púrpura, verde y ocre la piel; lagrimean los ojos. Que cómo duele. Como otras veces, sí, pero joder: es que duele igual, las cicatrices anteriores no restan. Quizá dura menos tiempo la herida abierta. Ahora sabes mejor cómo intentar curarla y, sobre todo, aceptas el dolor como parte del éxtasis, la euforia, la felicidad calmada; de todo lo que tenía que

A medio gas

Ahora que la vida nos arranca nuestra manta Y perdido e hipocondríaco, ya no duermo de un tirón Ahora que la noche, es un rumor de risa ajena Que se aleja por la calle y nos congela el corazón Ahora que respiro y resulta más difícil Sacar bajo nuestra piel las astillas del recuerdo Ahora que me pierdo las auroras de Madrid Y no suenan en las radios, las canciones que te debo Ismael Serrano  Sacar fuerzas de flaqueza. Apretar los dientes, tragar saliva. Enumerar por enésima vez, más una, que todo saldrá bien, que podría ser peor. Sacar fuerzas de dureza. Hacerte roca pero romperte por dentro. Recubrir tus cicatrices con oro, buscar aliento, esperar a que alguien sople y seque rápido la herida. Sacar fuerzas de entereza. Fingir ante los demás que aún eres fuerte. Fingir ante la muerte, gritarle que no la temes. Fingir ante ti mismo, ensuciar el espejo, perderte. El saco de las fuerzas está casi vacío, roído por los ratones de las alcantarillas de todas, todas las ciudades del mundo; de t

Monstruos

La Luna se exhibe partida exactamente a la mitad, y en esta noche extraña de jueves en la que todo podría haber pasado pero, en realidad, no pasa nada, todo lo que podía haber sido y no fue, vuelves a casa y esta atmósfera incipiente de otoño huele al mismo frío que cuando empezó el principio de aquel final, cuando estaba casi prohibido ver la Luna, que ya nunca sonreía, se le habían mellado todos los dientes, pero ahora nos mella otra cosa, algo a lo que cuesta ponerle nombre, como si en la película ya hubieran matado al monstruo pero algo dentro del héroe sabe que no, que el mal sigue ahí porque a la oscuridad nunca se la destruye del todo, y en este olor a frío, a principio de otoño, a final de invierno, en este olor a monstruo dentro del armario, debajo de la cama, dentro de ti mismo, aún en mitad de este caos aparentemente ordenado, hay que tomar decisiones, porque la vida no se para, y siempre son las mismas piedras pero con distinto nombre, y siempre son los mismos nombres pero

No saber perder

 “A veces, cuando algún profesor termina la explicación y pregunta si ha quedado alguna duda, Sylvia tiene ganas de levantar la mano y decir sí, ¿podría volver a empezar desde el principio?, pero desde el principio del principio, desde que nacemos, porque aún no he comprendido nada en estos casi dieciséis años de vida." David Trueba, Saber perder  Un día aprendes que tenías que desaprender muchísimas cosas. Que no importa irse a la cama con los platos sin recoger, que lo urgente no lo es tanto si puede esperar a mañana, que la gente no va a actuar como tú esperas que lo haga, que tienes que estar en paz contigo misma antes que con nadie. Septiembre huele a viejo este año. Aún así, tuve mi clásico momento de balance, antes de lo que para mí es año nuevo. Agosto ha terminado oliendo a otoño, a frío bajo las sábanas ahora que oscurece antes, a viento que empieza a arrastrar algunas hojas en Madrid. El verano acaba con todos los reencuentros que eran necesarios para volver a encontrar

Todo importa

Del verano uno espera muchas cosas. Que el mar le salve, que la distancia le cure, que las vacaciones en casa le surtan de recuerdos imborrables que se convertirán como cada año en anécdotas que huelen a familiaridad. Volver después, a donde sea que uno vuelva, que puede ser un lugar físico o mental, pero volver nuevo y mejorado, listo para empezar de cero. Este año no sabíamos qué esperar. A decir verdad, yo solo esperaba sobrevivirlo, de la mejor manera que se pudiera. Pero también lo he vivido, por primera vez, siendo muy consciente de las dimensiones del verbo. Me he encontrado, como tantas veces desde que pudimos volver a entrever la normalidad, aunque sesgada por esa parte de la mascarilla que hace sombra entre los ojos y la nariz, un verano apacible, en una calma densa y pesada, que puede que preceda a la peor de las tormentas. Pero en eso no quiero pensar. De momento, la calma. En esa calma he respirado por primera vez ese despacio del que todo el mundo hablaba, cuando el virus

La rabia

Instrucciones de lectura Alzar la voz y leer rápido sin respetar los signos de puntuación. Expulsarlo como si las palabras te dolieran en la boca. Recitar como quien lee un poema en llamas. Sacarlo con rabia. Con toda la rabia que tengas dentro. Saca la rabia fuera. Destroza el recuerdo para que no te destroce a ti el presente. Sobre todo, que no te reviente el futuro aniquilado. Saca la rabia de paseo, como si ella fuera el perro y no tú el can rabioso que quiere morderlo todo a su paso. Morder las promesas, las expectativas, las frustraciones. Morderle a él. Saca los dientes. Saca la rabia, me dicen. Pero la rabia ya está fuera de mí, fuera de sí. Me arde en los ojos, en las yemas de los dedos, me quema en la garganta que grita tan fuerte y llega tan lejos que asusta a la propia rabia. La rabia rota, la rabia alimentada día a día, gesto a gesto, detalle a desprecio. La rabia funesta, cruel, inaudita, sorprendente. La rabia, con una erre que se arrastra en

Silencio, se rueda

Ven, anota esto, deprisa: aquella mujer, un día, sin más, amaneció y no volvió a hablar. Se levantó de la cama, desperezándose aún miró a la pared vacía y, a sus pies, vio los cuadros que nunca se decide a colgar; fue hacia el espejo deslucido del baño, se escudriñó con la mirada aún dormida, posó los dedos pulgar e índice sobre su garganta; y algo dentro de ella la calló. Así se abrirá la escena, no sabemos de momento nada más. De alguna manera tenemos que hacer entender al espectador, al comenzar la película, que esa mujer que nos es aún una completa desconocida ha decidido, ese preciso martes de un año bisiesto en su piso destartalado de Madrid, que no volverá jamás a pronunciar una palabra. Que se acabó. Poco a poco iremos, claro, desvelando detalles de su vida, entreviendo qué la ha llevado a esa situación. Creo que se trata de una persona que siempre se ha sentido fuera de lugar, pero se ha visto obligada a disimularlo. Bueno, y quién no, pensará nuestro público. La protago

Mi librera y yo

Mi librera se ha bebido todos los libros del mundo y ahora tiene un problema: en ella habitan tantos personajes que ya no sabe ni quién es. Cuando entras a su librería, es el dragón que defiende el castillo de la literatura; cuando te vas, es Dantès escapando de la fortaleza. Puede inspirarte como Fortunata, conquistarte en la voz de Jane Eyre, acompañarte como un fiel escudero y viajar contigo al centro de la Tierra. A veces coge el arpón y lucha, otras empuña la tinta y es Ismael, incluso zarandea el barco con su cola de ballena. Otros días se transforma en sirena y le canta a Ulises. Según amanezca, puede ser Jekyll o Hyde; rejuvenecer mirándose al espejo; recitarte, fuerte, los últimos versos de Mistral. Nunca puede parar. Sí, es un problema, pero también es la propia solución. Ella ya conoce cuál será el desenlace de todas las historias que le burbujean por las venas. Por eso también es la hechicera que sabe qué libro necesitas leer. En el torreón de la librería te

La ciudad de mis sueños que ahora duerme

Llegué a Madrid hace ahora cuatro años con la firme determinación de comerme el mundo, saborear al máximo la ciudad donde siempre había querido vivir y que conocí, antes de pisarla por primera vez, a través de los diestros versos de Sabina. Llegué a Madrid con el objetivo de exprimir todo lo que pudiera de ella, y Madrid me exprimió a mí y me dio incluso más de lo que esperaba. Esa utópica pero a veces realista convicción de que los sueños se cumplen si estás en el lugar adecuado. ¿Nunca descansas?, me han preguntado muchas veces durante estos años de idas y venidas por la ciudad. Poco, lo mínimo, porque Madrid tampoco lo hace. Siempre tiene más que ofrecerte. Lunes mágicos en la presentación de un libro en el sótano de una librería, esas cuya supervivencia ahora peligra y que son emblema de esta ciudad de las letras. Martes improvisados donde siempre aparece un taxi a tiempo, que busca un karaoke abierto para que la noche no se acabe nunca. Miércoles de redención, un cine tranquil