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Mostrando entradas de 2015

Vainilla

En los bosques, las ramas de los árboles estaban desnudas y ateridas, mirando desde las alturas la alfombra de hojas que la estación de la caída había tejido a su costa, adivinándose tras sus troncos indefensos los picos nevados de las montañas. En las ciudades, la gente empezaba a ponerse nerviosa al volante, se acercaba la hora punta de la salida del trabajo y querían escapar de la circulación cuanto antes, pitaban impacientes, encendidos por las luces navideñas y atosigados por el reloj. En los pueblos, las campanas empezaban a repicar llamando a la misa de tarde, algunos ancianos salían de sus casas con un bastón en la mano y una manta sobre los hombros, y las madres bajaban las persianas para guardar dentro el calor del hogar. En un universo aparte, estaba nuestra playa. Tu silueta se recortaba sobre el horizonte, un perfil que me sé tan de memoria que podría dibujarlo a ciegas sobre la arena, hundiendo el dedo en ella y creando líneas como las que recorro en tu espalda

Más de 24 motivos

Puedo ponerme digna y decir:  Que amigos son los que sacan lo mejor de ti sin pretenderlo, ni ellos, ni tú, Que no importa ni cómo ni cuándo, ni ciento volando, ni ayer ni mañana... Que el fin del mundo nos pille bailando, Que lo pasable no pase de moda... Que los otoños nos vean crecer, Que seamos siempre piratas, algo locas y como te digo la "CO te digo la O".  Pero reconoce que es duro aceptar: Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima. Sumo y sigo: Tenemos memoria, tenemos amigos... No voy a negar que has marcado estilo. Tenemos el lujo de no cambiarnos nunca, Y aunque sé que no es la mejor felicitación del mundo, Juro que es más sincera que cualquiera. Adivina, adivinanza, ¡¡¡24 felicidades y 500 besos!!! Que este día sea muy especial para ti, que nadie te quite la sonrisa, que sepas que aquí tienes una amiga, que aunque no esté, estoy. Que seas feliz e

Migajas

Empujó suavemente la puerta de la cocina, por miedo a que la madera fuera vieja y se quejara con un chirrido estruendoso. Una vez dentro, la volvió a cerrar con cuidado, y se encontró en medio de una tenue penumbra. Se dirigió hacia las ventanas y descorrió las cortinas de volantes fruncidos, que al moverse soltaron miles de partículas que brillaron con los haces de luz que empezaron a colarse por el cristal. En la estancia había un fuerte olor a plátanos maduros, que en seguida localizó en el centro de la mesa que presidía el lugar; amoratados, arrugados, encogiéndose sobre sí mismos, como si hubieran recibido una soberana paliza. Las paredes estaban recubiertas de armarios color ceniza, cuyas puertas dejaban entrever lo que había dentro a través de un vidrio tintado de verde: una vajilla en crema, tazas de loza, una tetera, enseres diversos y algún jarrón. Los tiradores de los cajones de latón brillaban en medio del resto de tonos mate. En el fregadero, se apilaban una serie de vaso

Miradas

Ahí quedaste. La vida te colocó una venda en los ojos que borraba todo rastro de mí, y ahora puedes ver un mundo en el que simplemente ya no existo. Caminar tranquilo por la calle sabiendo que no te darás de bruces con mi presente, hablar con la gente habiendo olvidado que un día nos tuvieron en común, volver a los sitios que compartimos juntos sin tener que guardar prudencia, sin miedo a toparte con mi recuerdo, y rehacer tu vida como si yo nunca hubiera estado en ella. Se consumió el cristal de tus gafas que antes me buscaban, se te emborronó la mirada y la venda mental hizo el resto. Ahí quedé. La misma vida que a ti te cegó de mí, conmigo no fue tan gentil. No me ofreció visión selectiva para el corazón, sino un par de binoculares que analizan de cerca una obra. El escenario está prácticamente vacío, es una habitación desamueblada casi en su totalidad, fría y gris. Sólo una cama, en la que están los fantasmas que fuimos, de espaldas, sin mirarse. Cada vez que me coloco las lente

Siempre nos quedará París

La mujer se levantó del sofá para preparar más té; la primera tetera se había acabado y yo no había sabido disimular cuando ella me había preguntado si quería más: dije que sí. Me encanta el té moruno, es sin duda mi infusión favorita, y el más bueno de todos es el que prepara un marroquí. Lo consumen casi desde que nacen, aprenden a prepararlo desde muy jóvenes, y lo hacen durante toda su vida, a diario. Les sale, por supuesto, de manera especial. Con tantísimo sabor a hierbabuena, dulce, dulcísimo, a la par que los dulces bañados en miel que siempre lo acompañan, con forma de triángulo y rellenos de almendra, o rollos retorcidos crujientes, o tortitas esponjosas que untan con más miel. Dulces. Dulces como el ambiente, como el hogareño suelo lleno de alfombras de colores vibrantes, como el niño y la niña de ojos enormes y brillantes que me miraban con interés, como las historias de un lugar lejano que contaba el anfitrión, como el paquete de hojas de té verde que me regalaron. Todo e

El camino de tu tinta comienza hoy a caminar

El camino de tu tinta comienza hoy a caminar esculpiendo artículos casi con aire de poesía, que sirven de almohada a esa literatura sentida sintiendo ella un nuevo corazón convencido desde el instante en que te decidiste a acertar. A acertar aceptándote a ti misma con un futuro que reverdece y a mi fuero si te miro escribir mientras miras de improviso, sin poses de foto, para observar la realidad que tienes que sentir desde la piel hasta tu frente, pasando por cada uno de tus verdes nervios, con tantos colores y estilos como una suerte de tintas, parte de la misma naturaleza que cualquier ecosistema que hoy siente que es ella misma viéndose como la niña que nunca has dejado de ser realmente ella, y que hoy comienzas a escribir tus sueños como cuando soñabas soñar mientras no podías salir de los teoremas. El camino de tu tinta siempre lleva a un agua que no sé por qué pero me inspira a escribir caminando por la calle mientras mi camino más le

La vida moderna

Y tu pulso tamborileaba en mis sienes y muñecas como diminutas patas de ciempiés. Y nos repartíamos los labios y los dientes y el hipo y del alfabeto las impares. Y en tus dedos yo tocaba mis canciones, dedos de teclas de celesta. Maga. Me queda un diecinueve por ciento de batería, y después me apagaré. Tú, que ya no tienes nombre ni rostro para mí, recargas ahora otras pilas, otros cuerpos que nos alejan inexorablemente. Irremediablemente. Parecía que tu clavija no podría encajar en ningún otro lugar que no fuera mi mente, que mi puerto era tu puerto y nada más, o eso prometías. Pero mis terminaciones nerviosas no eran tus únicas conexiones compatibles, y ahora gasto mi última energía, empecinada y malherida, en borrar tus datos. La malgasto. Tal vez ya no tengas nombre ni rostro, pero sigues siendo recuerdos. He conseguido provocarme lagunas considerables, incluso alterar mis archivos y modificarlos. Dejé entrar nuestro final como un virus en mi memoria y desconect

Atención: obras

Siempre parece una ciudad a medio levantar, como si desde su nacimiento no se hubiera terminado de formar y le faltaran brazos o piernas, o cualquier parte que justificara el volver a erigir grúas y andamios. Una de cada tres calles está poblada por obreros con brazos hinchados sacados por unas semanas de la cola del paro, con piel de moreno albañil, chamuscada y curtida al sol más inclemente de las cuatro estaciones de la miseria. Sus chalecos fluorescentes parecen anunciar días de fiesta pero sólo presagian más ruido, polvo y caos en la circulación. Cuatro apoyados en una pala y otro cavando. Cuatro comiéndose un bocadillo y otro armando masa. Cuatro descansando a la sombra y otro vertiendo el hormigón. Un último en traje de chaqueta y casco blanco supervisa. Al final del día aquel es quien menos gana y éste quien más. Maquinaria de precisión quirúrgica, dispuesta a operar a corazón abierto una y otra vez las entrañas de la ciudad, a sustituir sus intestinos por tuberías nuevas más

Telediario

2 de septiembre, 2015 Hacía días que no ponía el telediario. Esta noche lo he sintonizado y ha sido un tremendo error. Aunque el error no es ése, el error somos la humanidad; la falta de humanidad. El mundo es un monstruo inhumano que se devora a sí mismo. 3 de septiembre, 2015 Anoche me costó muchísimo conciliar el sueño. Cuando estoy en la cama dando vueltas y no me puedo dormir, suelo coger el móvil y navegar por Facebook o Twitter hasta que consigo adormecerme. Pero anoche, lo mismo que me desvelaba aparecía todo el rato en la pantalla, y por más que intentaba por enésima vez no mirar directamente al rostro del horror, era imposible apartar los ojos, imposible deslizar el contenido hacia abajo para negar una realidad que ayer nos escupieron con toda su crudeza a la cara. Era imposible, egoísta e inhumano rechazar esa visión, y aunque me cuestione seriamente los límites morales de qué se debe y qué no se debe mostrar, tal vez tengan razón los que sostienen que hasta que no

Editorial: al amor

Lo peor del amor, cuando termina, son las habitaciones ventiladas, el solo de pijamas con sordina, la adrenalina en camas separadas . Joaquín Sabina. ¿Qué es el amor? Las canciones de amor, los poemas de amor, las novelas de amor, las películas de amor; la creación gira en torno al amor. Creo, me aterra, pero creo, que cada vez está más cerca el día en que tendremos que recordarlo a través de esos medios, a través de esa acuarela diáfana que lo retrata y lo ensalza, lo endulza y lo perdona, y le quita todo lo sucio del amor de verdad, el que hay a pie de calle, el que miente y al que siempre le salen tres patas. No sé en qué nos estamos convirtiendo, o tal vez siempre fuimos así y son mis ojos los que se han librado del velo de la inocencia y ahora no pueden volver a ver la pureza del sentimiento; no lo sé. Pero siento que cada vez pensamos más en el yo y no en el otro, que el egoísmo está a la orden del día, que ya no hay respeto, y que la empatía ya no se entiende, y s

No mires debajo de la cama

¿Los oyes? Ya vienen. Están empezando a temblar las patas de la mesa, el rodapié se desconcha y escupe polvo blanco, la lámpara se mece siniestra del techo. Estoy en la cama y me agazapo bajo la sábana. Hace días que grito tu nombre en sueños, sueños de ciudades llenas de puentes que no puedo cruzar. Soy una pieza de ajedrez ahogada y no consigo avanzar ni un paso. ¿Los oyes? Se acercan. Tengo algo dentro, algo oscuro que se mezcla con mis entrañas y que palpita de forma diferente, más mecánica y menos viva. Quiere escaparse por mi garganta y se pelea con mi interior, subiendo hasta la cabeza y haciendo que me maree. Serpentea por mis conductos provocando náuseas, arcadas y sudores. Me quiere muerta. Soy un monstruo. ¿Los oyes? Ya llegan. No puedo hacer nada, el ataque es inminente y mis defensas están en rojo. Hace tiempo que dejé de luchar, que abandoné las almenas y me escondí en el fuerte, el lugar ideal para un débil. Dejé las cadenas tensadas, las puertas cer

Callejero II

Comenzaba a despuntar en el horizonte la silueta de mi vieja ciudad, aquella que tan bien sabía reconocer. Nos acercábamos por la carretera con el coche recalentado sobre el asfalto ardiente, después de las inclemencias de todo el día, y a lo lejos reconocí los torreones de la catedral, engullidos por el desarrollo más vanguardista de la urbe, los edificios cada vez más y más altos a su alrededor; pero en el centro siempre ella, impertérrita al avance de la civilización moderna, como el punto de fuga de un cuadro que comenzó siendo realista y acabó en abstracto.  La quietud que nos había acompañado durante el viaje no desapareció cuando dejamos la carretera principal para adentrarnos de lleno en el entramado de calles de la ciudad. Era un domingo por la tarde de principios de verano, y la gente que podía permitírselo, y alguna que no, huía al mar y a la montaña, dejando la vida urbana para los animales callejeros y las familias más pobres. El silencio en los barrios era sepulcral

Callejero

Estaba sentado a los pies de la catedral, y a los pies de él se sentaba una vieja y roída funda de violín, que exhibía abiertamente sus dos mitades de terciopelo granate, una caja torácica casi vacía y partida en canal. Dentro, unas cuantas partituras arrugadas y amarillentas, con olor a libro viejo y a tiempos mejores, y siete u ocho monedas esparcidas aleatoriamente por el interior. El total no sumaba más de tres euros. De momento, hoy no le alcanzaría apenas para un bocata y un café. El órgano vital extirpado de la caja se sentaba a su vez sobre el hombro de su dueño. Era un gastado violín de madera con destellos rojos, delicadamente afinado. Su cuerpo abombado se curvaba bajo los embistes del arco, que el intérprete manejaba con soltura y una puntada de descuido, cómo si respirara pero no pusiera empeño en ello. De él arrancaba notas del vals n°2, la suite para una orquesta variada, en este caso, de viandantes que claqueaban con sus pisadas por la plaza de la catedral, mientras e

#15 Alguien dice tu nombre. (Biblioteca de cámara)

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Cuando se disfruta un libro, cuando se disfruta de verdad, uno está temeroso de llegar a la última página, pero a la vez lo desea con toda su alma de lector. Es la contradicción de los buenos libros. El necesitar saber el desenlace, devorar un párrafo tras otro con el ansia acuciante de meterse más y más en la historia, pero con el desconsuelo de que el inevitable final se acerca. Cuando se disfruta de verdad un buen libro y uno dobla la esquina de la última calle y pasa la última hoja, fuerza a sus ojos a no desviarse hasta la última línea, sino a esperar, a deleitarse en los últimos recodos de las escogidas finales palabras, a saborear con cuidado lo poco que queda de una novela que lo ha maravillado, y segundos después, se sumerge en la última línea, a veces, tan simbólica, instruida y reconfortante como ésta: " A mí me gustaría conocer París".  Alguien dice tu nombre es una de esas novelas que me ha llegado al corazón. Cuando leo, me gusta encontrar una proporció

#14 Intemperie. (Biblioteca de cámara)

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Dice el diccionario de la RAE de tal palabra que, como locución adverbial, a la intemperie significa "a cielo descubierto, sin techo ni otro reparo alguno". No podría haber un título mejor y a la vez una síntesis más apropiada para esta historia. Fue uno de esos libros que cogí aleatoriamente de una ruleta que hay a la entrada de la biblioteca en mi universidad porque me llamó la atención su título, tan escueto pero poderoso, certero como un dardo, y porque ese día estaba lloviendo mucho y no escampaba. Señales. Abrí la contraportada y saltó ante mis ojos una opinión que lo comparaba con Miguel Delibes, y no me hicieron falta más razones. No me arrepiento y doy gracias al azar. Esta novela presentada sobre papel parece tallada en piedra con sudor y sangre. Es dura, sucia y oscura. Especial y conmovedora, con voces de violencia pero también de inocencia y pureza. Sabe a tierra, a sequía extrema, a calor y fuego, a calcinación y a inmundicia. A lo largo de sus pá

Montañas

Las nubes claroscureaban en las laderas de las montañas creando un juego alterno de luces, pico iluminado, falda apagada. Tu falda descendía hasta el pico virgen de tus tobillos cuando apagábamos la luz, y así encendíamos el cuarto. Las cumbres salpicadas de nieve eran testigos mudos de tus cálidos terrones de azúcar cayendo en alud por el pecho. En tu espalda seguían los claroscuros del sol de invierno, una senda a través del bosque donde perderse a soñar. El camino se ensanchaba hasta llegar al valle húmedo, y yo, sediento tras el viaje, bebía el maná de tus labios. Y por fin, en la gruta escondida y secreta de tu montaña, nos uníamos al grito del viento y verdecía de nuevo la vida. Fuiste mi definición de paisaje, la savia latente en los árboles, la madera de los pinos y a veces también sus agujas. Fuiste el agua y la tierra, el aire y el hielo, naturaleza salvaje, las hojas caídas y las flores preferidas por las abejas. Fuiste el néctar más dulce y más amargo

La última estación

Aquel viejo me desconcertaba todos los viernes, cuando yo llegaba a la estación generalmente con prisas y me detenía ante la pantalla donde se anunciaban horarios y vías. A través del cristal adivinaba su silueta encorvada e inmóvil, siempre en el mismo banco del primer andén, como un elemento más que quien hiciera el diseño del lugar hubiera colocado allí. Digo viejo no como una ofensa, sino porque lo era en todo el término de la palabra, y decir anciano no le haría justicia. Ese hombre no sólo llevaba la edad impresa en las arrugas de su cara, en la nariz rubicunda y torcida hacia la izquierda, en el atuendo y en los grados de inclinación de su espalda, en las manos huesudas y agrietadas; tenía la vejez en los ojos, increíblemente claros y acuosos, como desteñidos por el paso del tiempo. Desde cada ángulo parecía una estatua grisácea, un monumento a la senectud. Una de las cosas que siempre me ha preocupado más de envejecer es la dignidad, el cómo envejecer. Envejecer irremedi

2015

Escribir es una forma de hablar sin ser interrumpido . J. Renard. Esta mañana he abierto el cuaderno donde desde hace mucho tiempo apunto los libros que leo cada año para anotar el último del 2014 y escribir con tinta verde un 2015 encerrado entre dos guiones, que no se escape, poniendo título así a la siguiente lista que espero este año sea más larga. Al acabar, he ido como siempre al compartimento trasero "secreto" que tiene la libreta. Allí antes solía almacenar pequeñas notas con lecturas pendientes, sugerencias, incluso citas o frases que me habían gustado. Con el paso de los libros y los años me he ido haciendo más organizada y ahora tengo otros cuadernos donde apunto esas otras cosas. Pero en el pequeño pliegue permanece, como siempre, oculto, un papel doblado, encerrando un intento frustrado de poema, muy breve, pero muy conciso, que debí escribir allá por el 2005 ó 2006. Sé que rondaba los catorce o quince porque recuerdo perfectamente cómo estaba mi mesa