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Mostrando entradas de enero, 2019

La puerta

El primer día que llegué a la casa la sentí sombría e inhóspita. Ajena a mí. Me costó encontrar un espacio allí dentro en el que ubicarme y, en mi indecisión, mientras estudiaba la extraña forma de la estancia principal, reparé en las puertas. Por la mirilla de la tuya salía luz. Me paseé delante de ella durante horas, días, semanas, mientras construía en mi cabeza mi propia maqueta, diseñaba la estructura, decidía los colores. Pasaba el tiempo despacio, pesado, como en los largos días de verano, aunque en la casa era invierno. Y tu puerta cada vez se iluminaba más. Cuando mejoró el frío y la casa se volvió cálida, empecé a preparar los materiales, levantar los tabiques, apuntalar las paredes, situar las ventanas. Para cuando decidí colocar mi puerta, del diminuto ojo de buey de la tuya brotaba ya un fuerte rayo de sol.  El calor casi había llegado. Pensé que a lo mejor no me hacía falta cerrar aquel último rectángulo de la construcción. Después de todo,