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Mostrando entradas de julio, 2013

Melancolía y Madrid

Estoy sentado en mi café favorito de la calle Princesa cuando te veo pasar. El viento y tu prisa mecen tu cabello y las compras que cuelgan de tus manos, firmas caras y ostentosas. Cuánto habrás cambiado. Al principio ni me inmuto, tu persona se ve borrosa a través de los cristales sucios que son ventana tras mi taza, y pienso que los ojos me están jugando una mala pasada, o tal vez el corazón. Pero eres tú, y danzas en tacones por la calle de en frente, siendo más princesa que ella misma, con la elegancia innata y casual que siempre has tenido.  Me quedo congelado en el asiento. Preguntas. Años. Ausencias. Dudas. Si querrás verme. Si te acordarás de mí. Minutos. Pérdidas. Madrid. Certezas. Yo quiero verte. Yo no he podido olvidarme de ti. Deslizo unas monedas a la mesa desgastada y me desgasto en un segundo mientras corro a alcanzar la puerta, un segundo de esos que parecen horas, ahora todo va a cámara lenta. El frío incipiente de esta tarde oscura de invierno me golpea en la

Ángeles de noche

Pero tú tranquila, ya vendrán tiempos peores. J.Sabina. Si un día me encuentras por la calle, no me sigas, porque estaré perdida y no te llevaré a ningún lugar. Iré arrastrando los pies, como si llevara cadenas en los tobillos, pesados grilletes invisibles de odio, injusticias y hierro oxidado. Andaré buscando callejones oscuros, recovecos de una ciudad en la que no me reflejo, de la que no respiro. Porque soy mi propio demonio y estoy buscando mi propio infierno. No dependo de nadie, ni siquiera de mí, porque hasta mi sombra me deja sola cuando estoy en la oscuridad. Me refugio en los rincones sin memoria, en los deshechos de un lugar en el que sólo puedo deshacerme por dentro, del que quiero deshacerme por fuera. Las luces de neón iluminan mi negra noche, los locales cierran cuando yo abro mis heridas para exponerlas a las estrellas. Ellas titilan, yo tirito. Inspiro el humo de los coches, espiro cigarrillos, me destruyo a cada respiración. Si un día me encuentras,

Comecocos.

Me desperté sudando tras la pesadilla. Las sábanas de seda estaban enredadas en mis piernas y me estorbaban como si fueran de esparto. Había tenido uno de esos sueños demasiado reales, y quizás no tan imposibles. Estaba en el Gran Teatro una noche más, y entraba dispuesta a ver la última ópera venida de Alemania, maravilla del espectáculo y la voz. Avanzaba por el corredor en silencio, y a mi paso, dejaba caer el contenido de mi bolso de piel, uno a uno: la barra de labios de Chanel, el monedero incrustado en pedrería, los binoculares en tono burdeos, el pañuelo bordado, el frasquito de perfume... Cada pocos metros metía la mano y sacaba uno, que volaba por el aire como a cámara lenta hasta hacerse añicos en el suelo, o deslizarse grácilmente y en silencio. Nadie parecía verme. Tras el corredor, llegaba a la cafetería del teatro, una suerte de Café chic con decoración de los años veinte, como el mismísimo comedor del Titanic. Allí me sentaba en una mesa, y notaba que el resto de prese

#3 El infinito en la palma de la mano. (Biblioteca de cámara)

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Esta novela me ha parecido una preciosidad, una belleza de la literatura. Si bien es cierto que la última parte se me hizo un poco lenta, el libro es una maravilla de principio a fin, con un final en clave inmejorable. Gioconda Belli se adentra en los interrogantes de la especie humana, y analiza con un lenguaje cargado de poesía la creación de mano de Adán y Eva. De un Adán y una Eva inocentes al principio, y cargados de conocimiento después, tal y como narra el Genésis. Sin embargo, la autora va más allá y crea una verdadera trama, en la que aparecerán tanto la Serpiente como Elokim, un Dios al que describirá casi como un científico que juega con sus criaturas y las estudia en su libre albedrío. Con un principio poético y bello, y una segunda parte más catastrófica y pesimista, se revelan y se exponen cuestiones intrínsecas a la raza humana como el miedo a la muerte, la supervivencia, la maternidad, la relación con los hijos, la pérdida de la inocencia, la fe, y la sexualid

Mi otra oreja

oreja. (Del lat. auricŭla ). 1. f. Órgano externo de la audición. Que Van Gogh no quiso automutilarse es un hecho, pero hubiera sido difícil inventarle otro romanticismo a las puertas de un burdel, por muy francés que éste fuera. Que Gauguin decidiera privarle de tal saliente craneal fue, quizá, un error, pero en cualquier caso, le limitó su capacidad de audición externa con aquella estocada. ¿Y la interna? Deberíamos empezar a darnos cuenta de que nuestro sentido físico del oído, en el significado estricto de la palabra, no lo es todo. Los humanos podemos oír, sí, pero también podemos aprender a escuchar. No sólo a escuchar música, y sentirla; no sólo a escuchar el ruido, y a diferenciarlo de la ausencia del mismo, que no siempre es el silencio; no sólo a escuchar palabras... sino a escuchar personas. Y a veces, las personas sólo quieren eso: ser escuchadas. Ocasiones en las que en una conversación se oye mucho más una de las voces, gente mayor que cuenta cuentos sin

#2 Riña de gatos. (Biblioteca de cámara)

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Mendoza histórico, Mendoza burlón y absurdo, Mendoza inglés e incorregible. No sé si es su mejor obra, pero creo que sí es un merecido Premio Planeta. Con el toque humorístico que le caracteriza, hace de las situaciones más absurdas y las aventuras más desdichadas una parodia que acaba en sonrisa en el lector (al menos cuando yo soy la lectora). Además, en este libro nos hace recorrer las calles de Madrid, en lugar de su acostumbrada Barcelona, como en La ciudad de los prodigios, o El Misterio de la cripta embrujada y sucedáneos. Con una trama muy bien hilada y personajes variopintos y bien dibujados, Mendoza nos enseña una peculiar mirada al arte de Velázquez y al ambiente convulso de la capital en los postigos de la Guerra Civil española: a través de los ojos de un erudito británico que llega a España y se ve atrapado en una serie de intrigas entre palacetes, burdeles y comisarias. Se retratan así distintas clases sociales, y hacen aparición importantes personajes históric

#1 Música de cámara. (Biblioteca de cámara)

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Casi 20 años han pasado desde que se publicara el primer libro que leí de esta autora, Azul (1994), uno de mis favoritos, hasta el que tengo ahora mismo en mis manos, el cual he devorado en menos de 5 horas. Música de cámara (2013) demuestra no sólo que las dotes literarias de Rosa Regàs permanecen frescas y atemporales, sino que la historia de nuestro país es un marco ideal para una historia llena de pasiones y destinos truncados. Hacía muchos libros que una novela no me hacía llorar así, pues la prosa de Rosa, en mi opinión, te hace ahogarte en las angustias de los personajes, poniéndote con un realismo doloroso en sus pieles y en lo que queda de ellos cuando el tiempo se las arrebata. Música de cámara me ha hecho situarme con una viveza tangible en la Barcelona franquista, en un ambiente convulso donde la vida cotidiana está marcada por la posguerra, la religión y las apariencias. Y en medio de ese caos forzadamente ordenado, una feroz historia de amor, ese sentimiento motor

Hamburguesa y granizado, por favor.

- Todos tenemos bajones. - Yo a veces tengo subidas. - Sé lo que es eso. - Quizá podría ponerlo en mi epitafio. - La vida es una montaña rusa. - Tras una vida abajo, le llegó su última subida. - Pero tú de rusa tienes poco, y de montaña menos. - Soy débil como una hoja. - Estamos en verano, prepárate para el otoño. - Sé que voy a volver a caer. - Has perdido el tiempo demasiado. - ¿Vas a enseñarme tú a recuperarlo? - No, en realidad lo perdemos juntos. - Eso está mejor, dentro de lo peor. - Yo también me pierdo a veces. - ¿Y te encuentra alguien? - A veces Dios. - Venga, para la imitación. - Perdona, hija. - No tienes remedio. - Soy un chiste malo. - Y yo soy mala. - Mala malísima, arpía. - Una víbora. - No te muerdas que te envenenas. - No tengo remedio. - Menuda perdición, lo peor es autoconsolarse. - Es que a mí no me consuela nadie. - Porque tú eres el consolador. - Ahora te pones obsceno, lo que da de sí la tarde. - Perdona, pero tú no necesitas consu

The good girl.

As a girl, you see the world like a giant candy store... ...filled with sweet candy and such. But one day you look around and see a prison. And you're on death row. You want to run or scream... ...or cry. Well, you know, everyone has that feeling some time in his life. The shit comes when you have it every night. You are staring through the window, looking at the sky and sighing, what the hell am I doing here? It sounds always like a hoarse deep voice in your head. You might have in front of your eyes a grey wall, cause your room is a crappy place and there's no nice view in it; or you might be looking at the horizon, probably lighted up with the bulbs of hundred cars; or you may be looking into the dark. But it does not really matter, cause all you can really see is the empty, an infinite empty road with nothing written on it, while you keep wondering, what the fucking hell am I doing here? I guess everyone has the right to feel lost, but we should

Night Mares

Esa noche andaba despistada en otras cosas y dejé la ventana abierta, olvidando mis diarias precauciones. Me acosté y me cubrí de sueños con el edredón, pero un día más no sirvió para ahuyentar las pesadillas. Éstas llegaron volando, tímidas al principio, feroces ya entrada la oscuridad, e hicieron llover otra tormenta de miedos. Afuera también llovía, y el agua resbalaba por la pared, colándose por el agujero abierto y creando una atmósfera húmeda en el cuarto. Pero yo tenía un sueño pesado, ahogada como estaba en mis temores, sufriendo una alucinación de ésas que no sabes si son realidad o imaginación. Mientras, el lugar también se ahogaba: el agua iba empapando la moqueta, las cortinas eran olas mecidas por el viento, la cama se acunaba en la marea. Afuera el torrente no paraba y yo seguía luchando entre tinieblas, demasiado alterada para reaccionar al caos que sufría mi habitación. Las bisagras del ventanal chirriaban y golpeaba éste sus muros contiguos, los gritos del vendaval mo

Desembocadura

Siempre tengo la misma sensación. Fría, angustiosa, inquietante. Que la vida se me escapa entre los dedos. Que el tiempo fluye por las líneas de mis manos, lejos de prediciendo la vida, adivinando la muerte. La muerte y la suerte, mano izquierda o derecha, arrugas impresas en una piel condenada. El gasto, el malgasto. Las uñas astilladas, de impaciencia, del tiempo aguardando, esperando. La erosión en la dermis, y más abajo, mucho más abajo, donde no llegan los análisis. La vida corriendo como un río de agua y sangre por los brazos, indómita, imparable. La sangre, vapuleada, con espuelas de latidos, con látigos de venas. El agua, descongelada, y su raudal torrencial, incipiente, formándome entera, con el ansia de secarse. Esa vida. La vida apresurada descendiendo por los brazos, desembocando tras mis muñecas, encharcándose en mis manos, como el río acaba en el mar y la sangre en el corazón. Salta entre los dedos, juega a huirme, y me huye. Se burla de mí. Me hace creer que