Callejero
Estaba sentado a los pies de la catedral, y a los pies de él se sentaba una vieja y roída funda de violín, que exhibía abiertamente sus dos mitades de terciopelo granate, una caja torácica casi vacía y partida en canal. Dentro, unas cuantas partituras arrugadas y amarillentas, con olor a libro viejo y a tiempos mejores, y siete u ocho monedas esparcidas aleatoriamente por el interior. El total no sumaba más de tres euros. De momento, hoy no le alcanzaría apenas para un bocata y un café. El órgano vital extirpado de la caja se sentaba a su vez sobre el hombro de su dueño. Era un gastado violín de madera con destellos rojos, delicadamente afinado. Su cuerpo abombado se curvaba bajo los embistes del arco, que el intérprete manejaba con soltura y una puntada de descuido, cómo si respirara pero no pusiera empeño en ello. De él arrancaba notas del vals n°2, la suite para una orquesta variada, en este caso, de viandantes que claqueaban con sus pisadas por la plaza de la catedral, mientras e...