Insomnio

Los gallos empezaron a cantar bien entrada la noche, a las cuatro menos diez de la madrugada. Las pausas eran constantes, acompasadas por los latidos de mi reloj. Éste enumeraba ovejas que a su vez balaban suspiros de Luna, esquivando tapias y casquetes de bala. Los insomnes a veces matamos corderos, y no necesitamos ningún disfraz de lobo.

Los gallos se empeñaban en gritarles irritantes a las estrellas, entes de perspectiva temporal infinitamente distinta. Envidio su edad eterna a los ojos humanos, envidio la carrera celestial de la que hacen gala, sus etapas estelares, su inmensidad ígnea. Pero no envidio los agujeros negros, ellos también me cantan acuciantes en la noche.

Los gallos se respondían unos a otros en medio del silencio glacial del resto del lugar; a otro tiempo musical, mi respiración, mi impaciencia onírica. Parecían lobos aullando, lobos hambrientos de ovejas.
Pero eran gallos, y querían adelantar el amanecer.
Y yo aún seguía despierta.

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