Cuento de verano VII
Desde el balcón blanco de la casa que había alquilado se veía el mar a tan sólo unos metros, y la superficie de éste brillaba lanzando destellos por toda su extensión. Los kilómetros de agua se sucedían hasta perderse en un horizonte salpicado de montículos de tierra, pequeñas islas vírgenes con nombres que evocaban historias del lugar. Pelícano, Isla Blanca, La Extranjera, Isla Reto.
El destino es lo de menos, le dijo a la anónima mujer que lo atendió en la inmobiliaria. Sólo quería marcharse lejos unas semanas, a cualquier sitio frente al mar, donde no hubiera aglomeraciones de gente ni ruido.
Ahora observaba la quietud de la zona desde el balconcillo del primer piso en el pequeño adosado, rodeado de macetas pobladas de geranios rojos e hibiscus con las corolas a punto de reventar. Mecía la hamaca quejumbrosa y en la mano sostenía una copa de tinto, doce grados en el interior del vaso y más de treinta en el exterior. No se movía una brizna de viento, y el sol se posaba sobre los cactus del terreno vecino dibujando sombras punzantes y espinosas en el suelo. El silencio galopaba sobre las leves olas que chocaban contra las rocas, dispuestas formando un muro que separaba tierra y agua, acariciándolas y pintándolas de suave espuma. El hombre mecía la copa de vino aunándose al susurro del mar. Y pensaba.
Pensaba en el año que terminaba ese mes de agosto, en el ciclo extraño y vertiginoso que había comenzado hacía casi doce meses atrás y que ahora se completaba. Pensaba y temblaba, dudando a veces de que aquellos recuerdos fueran suyos, de que fuera él el hombre que miraba a través de los ojos del pasado, como si esas cosas sobre las que meditaba no le hubieran ocurrido jamás, como si pertenecieran a otro.
Una gaviota se detuvo en la balaustrada del balcón y aleteó un par de veces antes de retomar el vuelo, pero el hombre ni se inmutó. Su mente volaba ahora lejos de allí, deteniéndose en otros lugares y en otros nombres, tal vez demasiados.
Su nariz aspiraba un aroma lejano a leche y canela, perdiéndose en los olores de aquel septiembre tardío que le sobrevino al agosto anterior; olores a playa vacía y atardeceres cada vez más tempranos cogido a su mano, olor a sal enfriándose en la piel de ella bajo el jersey de entretiempo, y después olor a fiebre y sudor bajo las sábanas. Olor a felicidad efímera. De pronto, el mes se había acabado y ella se tuvo que marchar, cuando él ya había olvidado lo dolorosas que eran las despedidas. Una cigarra perdida a la que le sorprendió el chaparrón del otoño, eso había sido él. El olor del adiós.
Llegó así la estación de la lluvia, de borrar el verano, y su cabeza se paseó entonces bajo los paraguas de otras, intentando sobrellevar de la mejor forma el temporal. En realidad nunca consiguió capearlo; por mucho que llenara su agenda de teléfonos faltos de significado y escribiera a tinta azul las cifras de la soledad, ese azul siempre le recordaba irremediablemente al mismo mar. El trabajo, el metro, los bares, las mujeres. Todo tenía un acuoso filtro azul.
El año nuevo le pilló desprevenido, congelado de frío en una sala atestada de gente que no conseguía abrigarle. Recibió la última campanada con la desamparante sensación de no sentirse parte de ningún lugar. Sentado en el balcón blanco, evocó también ese olor a champán y dulces de navidad, al perfume de las chicas que se retocaban en el baño, el olor a decadencia cuando al día siguiente se despertó en la cama con otra a la que no sabía ponerle nombre. Y aunque empezaba la época de rebajas, decidió dejar de rebajarse. Se consagró al trabajo, a hacer horas extras, a trabajar en casa los festivos. De vez en cuando llamaba a algún amigo y salían a quemar la noche y agotar las reservas de alcohol de algún antro, pero siempre volvía a casa solo.
El rompeolas seguía abrazando espumas, y el hombre, ajeno a la inmensidad del sol que apretaba en lo alto, recordaba esos meses de oscuridad y bruma, del abrigo negro tres cuartos que colgaba cada día en la percha de su despacho y no le quitaba el frío. Volvieron las golondrinas y él seguía rememorando otras primaveras. Hasta que, sin esperarlo, encontró de nuevo ese olor. Una tarde, un café, un amigo en común, dos besos de presentación en las mejillas, y el olor a leche y canela en su piel. Una mujer diferente pero la misma sensación, la misma inquietud indómita corriendo por la sangre, el mismo vértigo. Fueron unos meses buenos, la primavera había vuelto y alumbraba la oscuridad; se abrían flores nuevas y otras se cerraban. Pero ni siquiera aquello duró mucho, y la cigarra volvió a ahogarse en una tormenta de verano.
Ahora estaba allí, compartiendo una copa consigo mismo, con el tumulto de emociones y recuerdos subiendo y bajando en esa montaña rusa frente al mar, con más vértigo y náuseas que nunca, intentando ordenar en cajas el pasado para hacer frente de una vez al presente.
Cerró los ojos e intentó dejar de respirar durante un rato todos esos olores que la marea se empeñaba en seguir arrastrando, sostuvo la respiración y cuando sus pulmones no aguantaron más, absorbió una bocanada de aire nuevo y se concentró en ese olor. Notó por fin el aroma de los geranios y los hibiscus, el del océano abierto frente al blanco balcón, el del vino evaporándose al sol. Reconoció su propio olor, el del hombre que era y el que había sido, y abrió los ojos. Mirando el mar azul, advirtió un tono distinto en él. El filtro acuoso que lo hacía brillar había cambiado, Isla Reto se intuía levemente más cerca y el reflejo del sol enfilaba en el agua un camino directamente hacia ella. Se terminó de un trago la copa de vino y sonrió, al fin.
Ese momento de soledad tan extraordinariamente descrito es una situación tan cercana, ¡no tenemos escapatoria tus lectores!...Cuántas veces, cuántas copas de vino, cuánto y que poco...No sé porqué pero el aroma del mar convierte los olores de la felicidad efímera y el adiós que mencionas,en dos grandes descubrimientos para nuestras existencias, resulta fácil y agradable el autoconocimiento cuando se disfruta de la soledad frente al mar...Igual que en tu relato...Me ha encantado...
ResponderEliminarBesito Patricia! :)
Es justo ese autoconocimiento del que hablas Sofya, cuando estás frente al mar, parece que actúa verdaderamente de espejo interno, y te ayuda a reflexionar, a pensar, a perdonar(te).
EliminarMuchas gracias, como siempre, un honor tus palabras, me hacen muy feliz.
Besote :)
Siempre he pensado en el mar como fin y comienzo de todo. Siempre que me he perdido he acudido a él en busca de respuestas, aunque nunca me las ha dado, pero es que el mar es así, simplemente mece las olas y con ese vaivén consigo calmar o encontrar soluciones a lo que me atormenta. Tal vez sólo haya que saber perderse en el olor a sal y el rumor de sus aguas para encontrar las partes que nos faltan.
ResponderEliminarSalud y beso abrazos.
Tal vez Óscar, seguiremos intentándolo.
EliminarGracias siempre por leerme, beso abrazos :)
Hay que ver qué bien escribes, Patricia. Por la forma, cierto, pero también por cómo eres capaz de inducir en el lector una especie de película cuyos fotogramas son los que vas describiendo en tu prosa y encima con todo lujo de detalles. Y no es coña; no lo es porque en esta ocasión me ha parecido ver en el prota de tu relato al idem de una peli que recién hemos visto: "Mi querido John". Y no es que la peli me haya gustado demasiado, pero tu protagonista, o eso me iba pareciendo mientras leía, tenía el semblante más bien taciturno del Channing Tatum mirando el mar, deambulando con las manos en los bolsillos y mirando más bien hacia el suelo mientras los demás se montaban la fiestecita en la playa.
ResponderEliminarQue muy bien escrito, Patricia.
Hala, y un besazo de propina que te llevas por escribir así de bien!!!
Que no sé que decirte Valaf, que me ruborizas y no merezco tanto, gracias a ti por decirme todo eso, es un placer.
EliminarJajaja yo también vi la peli, la echaban en la tres y la vi, pero esto lo escribí antes, y no pensaba en alguien como John...ahora que lo dices, quizás enmarcaría bien, eh? A ver si me compran los derechos para hacer la película y lo elegimos como prota ajaja
Gracias de nuevo, un besazo :D
Hay un tipo de alegría nuevo, que es abrir el navegador y ver que hay un texto tuyo :)
ResponderEliminarEl mar tiene mucho de espejo. Y tus textos también. Al menos yo, o lo que creo ser, se refleja en ellos. Y, además del contenido, nos traes esa belleza visual como la copa de vino mecida al son del mar que mece sus olas sobre las rocas; el silencio galopando sobre ellas; la gaviota posada que observa una mente volar hacia otros tiempos. Todo brillante, como siempre... nostalgia en la que nos recreamos y nos volvemos a hacer otra vez.
Besote Patricia! :)
Exacto, ¡el espejo del mar! Justo eso pienso.
EliminarMe colma muchísimo que me digas eso, ¡que a alguien le haga ilusión leerme! :D
Gracias mil veces más Andoni, es tan reconfortante que no te lo imaginas. Me gusta que te reflejes en mis textos, y ser un poco como el mar ;)
Besos besos!!!
De pronto he cerrado los ojos y me he visto en el mar respirando "aire nuevo".
ResponderEliminarUn beso!
:) me alegro, un besazo!
EliminarEl mar lo cura todo.
ResponderEliminarCasi siempre.
Yo ando peleándome con el Mediterráneo, más que ná pa ver si me hace el favor...
Yo creo que te lo acabará haciendo, a lo mejor necesitas un poco más de tiempo sumergida más olas :)
Eliminar"Ahora estaba allí, compartiendo una copa consigo mismo, con el tumulto de emociones y recuerdos subiendo y bajando en esa montaña rusa frente al mar, con más vértigo y náuseas que nunca, intentando ordenar en cajas el pasado para hacer frente de una vez al presente."...
ResponderEliminarEso mismo hice en mi último encuentro con el Mediterráneo y aquí me tienes de nuevo, subiendo y bajando en esta sierra madrileña que me tiene también muy amarrada. Corazón partido o doblemente lleno. :))
Besotes con destellos dulces de tu tierra ;)
Ya he visto tu encuentro, ¿desencontrado? ¿Te encontraste, verdad? :)
EliminarCorazón desbordado, seguro, conociéndote Fran. Que siempre mar y montaña, no mar o montaña.
Gracias por pasarte a leerme, y bienvenida de vuelta :D
Muacks!
Recuerdo que lo primero que leí en este blog fue un cuento de invierno que me dejó una sensación de desarraigo muy parecida a la que me ha dejado gran parte de este, y digo gran parte porque conforme se acercaba el final he notado la esperanza y el cambio de estación... y precisamente hoy lo necesitaba, no ha podido llegar en mejor momento.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
Yo también recuerdo cuando leíste ese cuento, pero sí, éste es más optimista, más de punto y a parte y cambiar de párrafo para el nuevo año, ¡vamos a ello! Me alegra haber llegado en buen momento :)
EliminarUn abrazo más enorme.