Ya no duele
Empiezo a escribir estas líneas en la estación en la que un
día nos encontramos, un domingo en que el destino quiso premiarme con tu
compañía. Tú volvías de Madrid, justamente hacia donde yo voy ahora, y traías
contigo, como siempre, bellas imágenes de tu viaje, dos discos llenos de
canciones que yo ya amaba, y un montón de sentimientos y emociones que me
fuiste contando en el trayecto Murcia-Lorca. Una hora no da para nada cuando se
trata de ponerse al día. Pero el destino iba también a permitir que meses
después pudiéramos contarnos más, con las paredes en las que nos conocimos como
profesor y alumna como testigos, en aquellos días felices, hace casi nueve
años, cuando en el aula sonaba un “cómo duele” desgarrado con acento de
Guatemala; aunque, en aquel momento, aún no dolía.
Estación de tren de Murcia. Foto de @laklle. |
Recuerdo las clases de dibujo de aquellos dos años, tan
cálidas y felices, porque conseguiste, no sólo enseñarme muchísimo de la
materia y hacerme disfrutarla, sino también algo mucho más importante: enseñarme a ser mejor persona. Transmitías bondad, generosidad, simpatía a manos llenas.
Ir al aula de dibujo técnico, en aquellos días asfixiantes de bachillerato, era
como respirar aire fresco y estar un poco en casa. Se me saltan las lágrimas
mientras escribo esto en el tren, porque no sé si en aquel momento eras
consciente de lo importante que fue tu docencia para mí, ni de si lo eres
ahora, tantos años después. Fuiste un ejemplo de profesor y amigo, de cómo la
enseñanza no tiene porqué ser rígida y fría, sino todo lo contrario. Recuerdo
el sol entrando radiante por las grandes ventanas, nosotros en la mesa
trabajando con el compás, jugando con las perspectivas, tratando de mantener la
lámina lo más limpia posible, escuchando tus consejos claros y tan útiles para
selectividad. En aquel examen final, además de por mí, quería hacerlo lo mejor
posible por ti, para que estuvieras orgulloso y vieras lo mucho que me habías
enseñado. Mi agradecimiento como alumna. Ojalá lo consiguiera.
En aquellos días, y todos estos años después, diste también
viento a mis alas creativas, animándome siempre a perseguir mis sueños, a luchar
por ellos. Guardo como un tesoro, porque lo es, aquella carta que me regalaste al acabar el curso, con tu caligrafía acostada, dejando para siempre marcadas
en papel mis pasiones: las matemáticas, el arte, las letras, la poesía. Me
sirvió mucho para recordar quién era yo cuando estaba perdida en mis momentos
más sombríos de carrera. Te tomaste la molestia de conocerme, de conocernos, de
querer saber de tus alumnos más allá de sus cualidades en la asignatura. No se
me ocurre mejor halago para un profesor que poder decir, con total sinceridad,
que, antes de nada, eras persona. Y, además, una de las mejores y más buenas
que he conocido. Qué afortunados somos todos los alumnos que hemos pasado por
tu aula.
Si hace ocho años debía agradecerte por ser tan buen profesor,
estos meses te agradezco que hayas sido tan buen compañero. Las paredes del
instituto ahora eran diferentes, yo me sentía más grande, pero a la vez mucho
más pequeña, y tener un brazo protector, y una palabra de aliento y desahogo
siempre en el momento justo, me ha salvado.
Ahora que un tren me lleva hacia un destino mágico, hacia una
paleta de colores nueva que espero poder seguir compartiendo contigo en la
distancia, es necesario que la máquina se pare un momento a repostar en esta
estación decorada con pájaros de todos los colores en sus paredes, para pintarte
un lienzo con mis palabras.
En un rincón hippie, hace dos días escuché, entre un zumo y un
café, la historia de toda una vida. La historia de una persona valiente y
fuerte, pero extremadamente sensible, sacada de otra época, quizá más romántica
y menos gris. Una persona llena de luz, de ilusiones y de sonrisas, pero
también de pasajes oscuros y tristes, escondidos en el fondo de un desván. Sus
manos están llenas de líneas que trazan un mapa de una geografía muy especial.
Almería, Granada, Valencia, Burdeos, Murcia. Ciudades que lo vieron crecer y
cambiar, a veces agazapado, otras teniendo al mundo frente a frente. Ese mundo
al que a veces es tan difícil mirar a los ojos sin sentir miedo. Entre pinceles y
azules, entre experiencias y sonidos franceses, se formó una persona
maravillosa, al que un día no le bastó el azul del cielo del Mediterráneo y se
lanzó al Atlántico, surcando el mar en una caravana de colores, amor y paz, que
él mismo pintó. De alguno de aquellos viajes, me trajo una cubanita
maravillosa, con unas maracas en sus manitos de madera y un pañuelo verde
anudado en la cabeza, que guardo como otro tesoro; siempre que la veo me hace
sonreír. Me imagino a ese hombre valiente y libre, caminando por las calles
soleadas de La Habana, disfrutando de sus olores y colores, de su sosiego y su calma;
a un hombre nuevo entre esos coches antiguos que después inmortalizó en sus
lienzos llenos de arte. Nunca he estado en Cuba, pero, a través de sus ojos, de
sus fotografías, dibujos y palabras, puedo soñarla. Un hombre de otra época, de
otro país, libre, que irradiaba más luz que el sol. Si pudiera, hubiera hecho
que aquella luz nunca se apagara, que bastante difícil había sido la vida ya.
Pero, aunque lamentablemente llegó la tormenta también a aquel lugar de la costa,
el hombre valiente y libre era bueno y, como buena persona, tenía miles de amigos
que lo querían, miles de paraguas bajo los que refugiarse a pasar la tormenta,
a esperar a que llegara de nuevo la calma. Se volvió a llenar de risas, de
ilusiones, de mapas que dibujar en su piel, y se volvió a lanzar al mar subido
en su maleta, que cada vez es más grande y está más llena de experiencias y
sueños. El hombre valiente, sensible, bueno, al que jamás le volverán a cortar
la libertad.
Te lo advertí, Pedro; cualquier cosa que le cuentes a un escritor
podrá ser usada en una de sus historias. Hoy, la historia eres tú. Gracias, por
abrirme hace nueve años la puerta de tu aula, por abrirme después los brazos a
la amistad, y por abrirme también tu alma bleu.
Aunque sea poco, aquí está mi pluma llena de tinta verdeazul, mis letras conmovidas,
y mi voz temblorosa de emoción, para insuflar tus alas siempre que lo necesites,
porque una buena persona se merece lo mejor.
El paisaje se vuelve cada vez más verde a medida que avanza la
locomotora, el tren llega ya casi a su destino, a esta nueva parada, en la que
tendré de banda sonora a Sabina y también a tus consejos, a los buenos deseos
que me has dado antes de marchar. Y es que hay heridas que cicatrizan lento,
otras que lo hacen al instante, otras que necesitan amor y cariño a raudales
para sanar. A mí me curan las palabras, soltarlas y escribirlas para que
cicatricen ahí, sobre el papel. También me curan las historias de los demás,
compartir el dolor y la soledad; pero, sobre todo, compartir la felicidad y los
horizontes limpios de nuevas vidas, nuevas esperanzas. Aunque el mejor
cicatrizante es saber, como me dijo hace poco un hombre valiente y libre, que
tu mejor cura eres tú mismo. Y por eso, ya no duele.
Por muchos horizontes más, por muchos colores más, por muchos
trenes más, por muchos sueños más.
La mujer de verde.
Querida Patricia, me has enseñado el espejo de lo que yo no veo, me has inflado el alma hasta el tope de su capacidad, me has inyectado de buenos recuerdos, me has llevado a esos instantes de luz y compás, eres increíble, como puede viajar uno montado en tu bolígrafo cubano, disfrutando de cada movimiento, de cada textura, cada tempestad y mañana soleada. Gracias a ti por enseñar a verme, por valorar mi esfuerzo, apoyar mis sueños, y disfrutar de mis vuelos. Tu sonrisa permanente también me anima a disfrutar los segundos más aún,no sé como agradecerte esta inyección de dolor y alegría al mismo tiempo. Has removido de una forma tan bella todos los cimientos de lo que voy siendo, también me llegaron tus lágrimas, mis lágrimas, todas su unen en la misma orilla que podemos disfrutar aún. Gracias por ese recorrido espiritual, lleno de azules y verdes.En ese rincón de la cantina ya se quedaron nuestras palabras, nuestras risas,nuestras vidas para siempre. Gracias Patricia por compartir tu vida, tus proyectos, inquietudes, dibujos, sueños. Seguiremos atados en trenes, conciertos, transatlánticos...Siempre nos quedarán esos pájaros de cantina para refugiarnos en el invierno y sigan siendo testigo de nuestras vidas. Un millón de besos, hasta pronto.
ResponderEliminarHoy, casi un mes después, releo tu respuesta a lo que tan feliz y agradecida te escribí, y te doy de nuevo las gracias por dejarme quererte y por quererme. GRACIAS, SIEMPRE, A TI. Ya lo dijiste y lo digo yo, estamos unidos por la tinta, los colores, los trenes, y los sueños, que nunca se borran. Un abrazo virtual de vuelta :)
EliminarNena... que maravilla de texto!!!
ResponderEliminarAhora ando en un momento en que las estaciones de tren no me gustan nada de nada, pero sí ese tu profe. Y el mío. Miguel se llamaba y no me importaría reencontrarlo, aunque tuviera que ser en una estación.
Recuerdo lo profundamente profundo que nos puede llegar a marcar una persona en ese momento tan determinado de nuestra vida. Mi profe, en teoría, también era de dibujo técnico, pero la cosa derivó tan maravillosamente a la creatividad que ya ves, aquí me tienes acordándome de él. Buena parte de lo que ahora soy se lo debo a él.
Un beso guapísima. Y otro para Pedro (que acabo de leer su comentario) por haberte influenciado en lo que ahora eres.
Gata!!! Cuantísimo tiempo sin leerte :'( te echaba de menos aquí.
EliminarEntiendo tu desapego por las estaciones, yo ahora mismo odio a muerte las despedidas. Pero siempre hay personas a las que merece la pena reencontrar, pese al futuro adiós.
¡¡¡Tú profe también era de dibujo!!! Qué maravilla :) Pues ya somos dos las que debemos tanto, las que podemos estar felices y agradecidas. Gracias por contarme tu historia; es precioso tener esta conexión :)
Un beso y un abrazo enormes, ojalá estés muy bien.
Quien ha tenido la suerte de cruzarse con un profe tan merecedor de elogios y cariño como el tuyo, no sale "indemne" del encuentro.
ResponderEliminarEl maestro mío era de Lengua, Literatura y Latín, obviamente. (¿A qué no te lo imaginabas? :)
Y también dejó mucha huella.
Un texto lleno de sensibilidad (comme toujours ;)
Mi enhorabuena a los dos.
Y para ti, un montón de besotes.
Querida Fran, en efecto, no salimos indemnes, salimos mejores y más felices :) (me lo imaginaba!jaja)
EliminarSon maravillosas ese tipo de huellas, ayudan a borrar otras cicatrices y a hacer la piel más humana y más madura :)
Mil besos, está pendientísimo ya sabes qué, llevo un mes super complicado :(
Abrazos de búho ululando muy cerca