El día que nunca ocurrió
El reflejo distorsionado que le devolvió la grifería del baño de la oficina hizo que diera un respingo, en esa situación indecorosa en la que se encontraba. Con los pantalones bajados hasta las rodillas y la taza del honorable forrada de papel, vio su caricatura en uno de los pomos metálicos del lavabo y se autocompadeció de sí misma. La escena era tan patética que poco importaban la camisa de marca, los zapatos lustrosos o el corte de pelo a la última que había copiado de la famosa de turno. El baño se había convertido en una galería de espejos deformantes y ella era ese payaso que no hace gracia a nadie. Ese fue el momento en el que decidió cambiar de vida. Lo vio claro. Saldría ahí fuera, con el ruido de la cisterna aún de fondo, pisando fuerte y con el semblante altivo. Las cejas orgullosas, pero el ceño libre. Sus compañeros quizá advirtieran una energía extraña a su paso, pero estarían tan ensimismados en sus quehaceres que pensarían que había vuelto a estropearse la c...