La criatura

Hay una bestia negra que crece en el fondo de mi bañera.
Se alimenta de mis miedos, así que intento recogerlos y esconderlos por toda la casa, para que no lleguen hasta el cuarto de baño.
Si los dejo así, a la vista, la alimaña crece más rápido.
Es una criatura sinuosa como una serpiente, pero no tiene cabeza ni cola, ni principio ni final.
Se enrolla sobre sí misma expandiéndose a medida que crece lo oscuro dentro de mí.
El bicho no pica, ni muerde, ni grita. Solo existe. Y con su existencia desvanece la mía.
La primera vez que le vi estaba enjuto y encogido detrás de la botella de champú. La siguiente vez se había escurrido tras la cortina; la moví esperando que desapareciera pero ni se inmutó. Después de unos cuantos días no tenía ni que buscar al monstruo con la mirada, su presencia era ineludible. Me acostumbré, como se acostumbra uno a casi todo.
Cuando me ducho tiene la decencia de apretarse contra la pared opuesta, pero no dejo de verlo por el rabillo del ojo, así que ya ni el agua sobre mi cabeza diluye la nube negra.
No ha dejado de crecer, no he podido dejar de nutrirlo, de nutrirla.
Hay una bestia negra que casi rebosa mi bañera y ya casi no me quedan esquinas donde ocultarme. Tal vez mañana se atreva a salir y, yo, con ella.

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