La ciudad de mis sueños que ahora duerme

Llegué a Madrid hace ahora cuatro años con la firme determinación de comerme el mundo, saborear al máximo la ciudad donde siempre había querido vivir y que conocí, antes de pisarla por primera vez, a través de los diestros versos de Sabina. Llegué a Madrid con el objetivo de exprimir todo lo que pudiera de ella, y Madrid me exprimió a mí y me dio incluso más de lo que esperaba. Esa utópica pero a veces realista convicción de que los sueños se cumplen si estás en el lugar adecuado.

¿Nunca descansas?, me han preguntado muchas veces durante estos años de idas y venidas por la ciudad. Poco, lo mínimo, porque Madrid tampoco lo hace. Siempre tiene más que ofrecerte.

Lunes mágicos en la presentación de un libro en el sótano de una librería, esas cuya supervivencia ahora peligra y que son emblema de esta ciudad de las letras. Martes improvisados donde siempre aparece un taxi a tiempo, que busca un karaoke abierto para que la noche no se acabe nunca. Miércoles de redención, un cine tranquilo en Calle Princesa, una exposición en alguno de los edificios joya de Madrid. Jueves de teatro, con esa programación infinita que siempre sube su mejor telón, que ahora está bajado y, nosotros, de capa caída. Viernes de concierto y cañas, sin hacerle nunca ascos a la última copa ni al próximo bar, porque en Madrid la música siempre suena y los amigos siempre piden otra canción. Sábados al sol, al azul de su cielo y al verde de sus parques; a las tiendas auténticas de Malasaña, Chueca y Antón Martín; al restaurante que toque tachar de la lista ese finde. Domingo de resurrección en sus incomparables museos, o en el museo vivo de La Latina. Y la vuelta a casa en metro, sonriendo por fuera y por dentro, porque Madrid es la ciudad de mis sueños.

Madrid, su noche, su madrugada, sus amaneceres, sus días eternos. Todo su calendario nos guarda mil secretos a los que tenemos la suerte de ser acogidos con amor por sus calles de colores.

Ahora, irremediablemente, Madrid descansa y yo con ella. Y en este impasse, a la vez tiempo de espera y a la vez callejón del que no podemos salir, pienso que no. No me arrepiento lo más mínimo de haber dormido tan poco durante estos cuatro años; de haber corrido de un lado a otro; de haber hecho una lista infinita de planes que siempre seguía creciendo; de haber memorizado su callejero con ansia, como si me lo quitaran de las manos, por si me lo quitaban de las manos. Nos lo han quitado de las manos.

¿Nunca descansas? No. Y volveré a no hacerlo cuando la Madrid eterna que conocemos vuelva a darme la posibilidad de disfrutar cada gota de su néctar de vida. Porque Madrid es una oportunidad para ser feliz.

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