El despertar
Se llega hasta la casa a través de un camino de tierra que bordea el mar. En aquel lado, éste es rocoso y encrespado, no hay arena ni nada que recuerde a una verdadera playa, y los márgenes están sembrados de arbustos punzantes y cactus amenazadores. Por eso es raro ver a alguien en las inmediaciones, ni siquiera en verano. Ahora es pleno agosto y el sol pega tan alto y tan fuerte que las sombras que hacen las ramas de las palmeras parecen pintadas con betún en el suelo, casi como si la tierra se hubiera abierto en grietas allí donde las hojas dibujan su silueta. El caserón está abandonado, le faltan paredes y algunos trozos del tejado se han desprendido; incluso no tiene puerta. Su fachada ha sido pasto del arte urbano y sirenas, criaturas extrañas y palabras ininteligibles adornan su color viejo y desgastado. Aquí y allá se ven pedruscos, trozos de metal y escombros en general. La erosión y el tiempo han hecho mucha mella en un lugar que, a juzgar por tu porte altivo, debió t...