Atardeceres
Una luz rosada comienza a inundar la habitación, y despego la vista del ordenador para pegar los ojos en el cristal y ver cómo atardece en casa. Los atardeceres más bonitos de mi mundo son los que ocurren aquí. Dejo vaho en el cristal y las nubes naranjas, rosas y violetas se nublan. En una casa lejana hay una fogata donde están quemando hojas secas. El fuego en la distancia me hipnotiza, es un punto centelleante que rompe la calma de la escena. No se oye nada; sólo, de tanto en tanto, un rumor de pájaros que vuelan libres. Yo también quiero volar. La quietud es perfecta, y me quedo absorta varios minutos respirándole a la ventana y absorbiendo el atardecer de mi hogar.
El hogar está donde el corazón está.
En los últimos siete años, he vivido en siete casas diferentes. En todos ellas he puesto parte de mi alma para convertirlas en mi hogar. Me he movido, por tierra y aire, entre tres ciudades distintas, y en cada una he hallado tantas cosas que me han hecho ser lo que soy ahora, que mi corazón tiene tres raíces. Mañana empieza otra vida en una octava casa y una cuarta ciudad, empieza el proceso de abrir mi interior ante lo que este nuevo lugar tiene que ofrecerme y dejarme fundir con él. Tengo ganas y nervios, pero también miedo por abandonar una vez más la zona de confort. Adaptarse a los cambios siempre es un desafío, necesario además, que te hace crecer enormemente como persona.
El cambio es lo único constante.
Quedan los últimos rastros de luz, los azules tiñen ahora el cielo y el punto de fuego se ha desparramado por la línea del horizonte que lo separa de mi tierra. Me pregunto cómo serán los atardeceres que veré a partir de ahora, qué colores tendrá el cielo al que canta Sabina en sus canciones, si me fascinará tanto como espero una de las ciudades en la que siempre he soñado con vivir. Echo mi aliento sobre el cristal y dibujo una silueta de pájaro trazando una eme de Madrid, le engordo las alas para darle fuerzas y lo suelto, marcándole el norte, pero pidiéndole que nunca se olvide del sur.
Las alas están hechas para volar.
Los atardeceres tienen siempre para mí un punto de melancolía a pesar de su sinfonía de colores. Pero también son la antesala de la noche de las lechuzas y la promesa de amaneceres llenos de nuevas andaduras.
ResponderEliminarYa los verás ;) "El hogar está donde el corazón está."
Precioso (comme toujours)
Besos y sonrisas soplados hacia el sur.
Mi padre decía que su casa era su maleta. Cambió mucho de residencia, viajó mucho. A él le debo mi culienquietez, también me he meneado mucho. Y es bueno, aunque al final no sepas si tienes raíces. Me ha gustado el perfil dibujado de tu pájaro, que para mí es la silueta de un halcón peregrino :) ¡Bienvenida a Madrid! :)
ResponderEliminarGracias a los dos :) (Tenéis un correo cada uno)
ResponderEliminarSí, los atardeceres son muy melancólicos, pero quizá por eso me encantan, y sus colores...
Diego, he hecho tantas maletas ya, creo que un día me voy a convertir en maleta jajaja. Yo creo que ser un culo inquieto es bueno, y tener alas :)
Gracias a los dos, y muchos besos!