Prosopopeya gris
Afuera el frío tiritaba y se olía el asfalto recién pavimentado de la calle de atrás, que emanaba sus efluvios aún calientes dejando un espesor incómodo y sobrante en el aire escarchado. Una maleta gris, empujada en sentido contrario, había venido de allí. Había subido de uno en uno los escalones del portón, marcando un ceremonioso golpe doble en cada paso, hasta llegar a la llanura del recibidor. Entonces lo atravesó, serpenteando despacio como si sus dos ruedas se deslizaran temerosas entre raíces nudosas de árboles centenarios, dejando hilos brillantes y babosos de alquitrán como si de un caracol se tratase, adoptando su misma religiosa paciencia. Los raíles semitransparentes y negruzcos se detuvieron frente al ascensor. La maleta entró, iniciándose en una subida a cámara lenta hasta el quinto piso en una de esas, a veces anheladas situaciones, en las que el viaje a las alturas dura media vida. Cuando se abrió la compuerta se lanzó al vacío del pasillo en un salto mortal, y dudó en...