Sin combustible
Hay cuatro grupos de personas en el autobús. Están las parejas que se apretujan entre sí para evitar el frescor gélido del aire acondicionado y exhiben sus besos acaramelados por la ranura que queda entre los dos asientos, con más ruido del que me gustaría, con el inexistente decoro adolescente. Los grupos de señoras que van del pueblo a la ciudad y chismorrean como gallinas, con sus bolsos cargados y sus peinados recién enlacados en la peluquería del barrio esa misma mañana, provocándome mareo por su agitada conversación y el olor fuerte de la laca. Los hombres que van o vuelven de trabajar, con el mono de faena empolvado de tierra y las fiambreras del almuerzo, la mirada perdida por la ventana entre los campos que en otro momento del año les tocará segar, pensando quizás en cosechas más fructíferas. Y por último, ahí estoy yo. Con frío en el asiento, cobijándome tras mi propia sombra de payaso triste, quitándome las gafas para no poder distinguir los detalles del paisaj...