Borrador

Corría el año..., y digo corría porque en verdad llegó y se apresuró a marcharse veloz, y hasta yo me daba cuenta encerrado como estaba entre las paredes de aquella mi entonces casa. Me dedicaba a devorar libros y ensayos, todo cuanto me mandaban, y a redactar críticas mordaces para la revista o el periódico de turno, con una acritud la más de las veces fingida; aquel era mi sello de identidad.
Las páginas que leía eran casi siempre como vasos de agua en mal estado, de agua que no quita la sed y hace que necesites beber y beber cada vez más y seguir bebiendo con la esperanza de que al final te sacie, o te mate. Yo me embebía en aquellas páginas: durante unas horas o días perdía el rastro de mí mismo y me sumergía dispuesto a ahogarme en un mar de letras y palabras empapadas de mediocridad mayoritariamente, decencia otras, y majestuosidad en ocasiones puntuales. Al acabar el último párrafo volvía en mí para luego abstraerme, ahora con una mano y un ojo distintos, y sentenciaba en un texto mi opinión más áspera y corrosiva. Era un crítico respetado y a la vez abucheado, pero los medios me querían porque mis disparos creaban muchos comentarios y levantaban ampollas que daban que hablar. La controversia se pagaba bien.

Algunos de los escritores a los que yo atacaba, heridos y despechados, acertaban cual psicólogos de lleno en mi trastorno: lo único que yo tenía eran celos. Pero nunca lo hubiera reconocido. No celos tal que así, no celos de esa masa variopinta y a la vez homogénea que conformaba el mundillo de los escritores, con ese tufilllo sospechoso y pasajero, sino celos de esos pocos, los elegidos, tocados por el dedo del dios de la palabra, que sabían, verdaderamente, escribir. A esos yo los admiraba y maldecía en silencio, y cuando caía en mis manos alguna novela o pieza brillante, sacaba toda la artillería pesada para analizar al detalle sus puntos flacos, y si no los había, inventarlos y adornarlos de forma que los lectores los creyeran reales. Hasta tal punto llegaba mi maldad envidiosa.
Sí, era un celoso empedernido e incurable, y en la oscuridad de mi despacho daba rienda suelta a mi pecado, obstinado como estaba en pagar mi inutilidad como escritor con aquellos que sí sabían ejercer el oficio. Tal vez ese era uno de mis problemas, considerarlo un oficio y no una pasión. Pues si bien yo había sido un apasionado de los libros y la lectura desde muy joven, el día que me senté delante de un folio en blanco, dispuesto a dar rienda suelta al que tenía que ser por fuerza mi talento innato, dispuesto a obtener la gloria y la fama que seguro el destino me habían sentenciado, me di de bruces con la realidad de que me temblaban las manos y de que no tenía ni idea de por donde empezar.
Tras muchos intentos fallidos, me aboqué en la tarea de alimentarme de los escritos de otros y así intentar, tarde o temprano, romper mi mala pata con la pluma. La cosa no surtía efecto, y mientras yo me compadecía de algunos árboles por procurar papel para textos nefastos, y envidiaba a otros por producir celulosa que albergara bellezas semejantes, el tiempo pasaba y yo necesitaba un trabajo. Así fue como acabé siendo lo que soy. Algunos dicen que me entrego con verdadera pasión, otros que es un oficio que me va como anillo al dedo. Yo sostengo que todos son unos inútiles, que esto es sólo una profesión temporal, y mientras busco adjetivos que rimen con porquería y con destrozo, encorvado en mi guarida como un villano, esperando que la inspiración toque a mi puerta.

Corría el año... vaya, no recuerdo ni que año era. Joder, otra vez he vuelto a empezar mal. ¡A la basura!

Comentarios

  1. Un villano hecho por su fantasma a imagen y semejanza de sus torpezas. Un villano de papeles rotos: una persona autoreducida a un papel roto. Un cisne negro.
    Hay que hacer el arte sintiendo y evitando el desprecio de quien te ha despreciado que te hace sentir inútil. Porque el arte no tiene que ser útil, el arte solo tienes que ser tú (y si encima es para mejorar moral mucho mejor).
    Pero somos defectuosos y, a veces, necesitas que alguien te recuerde el párrafo anterior (auque lo hayas escrito, y en tu mente, cientos de veces a lo largo de tu tiempo y de tus manos).

    PD1: la naturaleza ya se encarga de reciclar los papeles rotos: podemos dormir tranquilos.
    PD2: :-)))))))

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    1. Gracias Joseja por tu comentario :) aplícate el cuento y relee ese párrafo muchas veces,por cierto,prefiero el cuento del patito feo ;)))

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  2. Es una pena que la admiración inicial se transforme en envidia y desemboque en veneno corrosivo, por frustración. Hay que saber hasta donde alcanzamos, admitir las limitaciones propias y buscar el propio camino donde sentirse a gusto y útil. Cambiar de rumbo y seguramente sólo así se puede ser artista... de la propia vida.
    Pero puesta a tirar del hilo, bastante peor me parece el que vive como piojo alimentándose de la valía ajena: el que plagia soterradamente y se cubre de un barniz engañoso.
    Tu crítico, empujado por el hambre, por lo menos crea algo aunque su propósito sea nocivo. Y va a cara descubierta.
    Pero desde luego, ninguno de los dos merece que se tale árboles.
    :D Creo que me he ido por las ramas :D Y tú, te has merecido un trozo de tarta :D
    Besotes.
    Ps Me encanta pasar por tu casa :)

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    1. Muy cierto querida Framboise, pero lamentablemente no todo el mundo es tan sensato como tú, y se cortan muchos árboles y muchas cabezas despiadadamente. No infravaloro el valor de los críticos,pero sí de las críticas que sólo buscan atacar y no construir. Gracias por tus palabras y por el trozo de tarta :) estaba buenísimo! ;) jaja
      P.S.Siempre eres la más bienvenida!

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