Prosopopeya gris

Afuera el frío tiritaba y se olía el asfalto recién pavimentado de la calle de atrás, que emanaba sus efluvios aún calientes dejando un espesor incómodo y sobrante en el aire escarchado. Una maleta gris, empujada en sentido contrario, había venido de allí. Había subido de uno en uno los escalones del portón, marcando un ceremonioso golpe doble en cada paso, hasta llegar a la llanura del recibidor. Entonces lo atravesó, serpenteando despacio como si sus dos ruedas se deslizaran temerosas entre raíces nudosas de árboles centenarios, dejando hilos brillantes y babosos de alquitrán como si de un caracol se tratase, adoptando su misma religiosa paciencia. Los raíles semitransparentes y negruzcos se detuvieron frente al ascensor. La maleta entró, iniciándose en una subida a cámara lenta hasta el quinto piso en una de esas, a veces anheladas situaciones, en las que el viaje a las alturas dura media vida. Cuando se abrió la compuerta se lanzó al vacío del pasillo en un salto mortal, y dudó entre derecha o izquierda, entre huir o afrontar. La inclinaron a siniestra y empezó a soltar los fuelles de sus costuras, a resignarse a dejar espacio para todo lo que nunca podría caber allí, a descodificar sus cerrojos. La plantaron ante una puerta de pino con la letra mayúscula oxidada y deseó fundirse con ella y volverse madera, echar raíces en aquel corredor y hacerse un nudo con el pasado, que fueran otras maletas y no ella las que serpentearan entre troncos de savia seca. En lugar de eso la puerta cedió, y el frío de la calle se hizo fuego en comparación con el aliento gélido que exhalaba aquel lugar. La violaron, obligándola a aceptar dentro de ella un infinito que no podía abarcar, como si aquella fuera una forma de enterrar los recuerdos. Cuando sentía que iba a reventar, algo tiró de ella y se la llevó por donde había venido, ahora con las ruedas por detrás, contemplando lo que se alejaba y no lo que venía, pasmada, mortuoria, vegetativa, terminal. Reavivó del vahído al pisar la calle de nuevo y recibir el pesado soplo del asfalto, y deseó quedarse embarrada en él, que la argamasa se convirtiera en una arena movediza y la absorbiera, sepultándola para siempre, como en aquella película de amor en que los enamorados se funden en una muerte de cemento, para estar juntos para siempre. Pero ella era una simple maleta, que albergaba ahora un sinfín de recuerdos, sí, pero, nada más. Enfiló la calle con cierta dignidad, no exenta de patetismo y desamparo, como un reo que acaba de colmarse en su última cena y se dirige, inexorablemente, a su destino fatal.

Comentarios

  1. Qué bueno, Patricia. Vi que había una entrada tuya, y me preparé un café para degustarla :) Mágica, inquietante y cruel como las historias que se saben moribundas. Del qué hago yo con todos estos recuerdos al qué soy yo, después de todos estos recuerdos. El viaje que nos hace para luego rehacernos, seguramente, siendo ya otra cosa. Me encantó, como siempre ;)

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  2. Triste sino el de las maletas que por muchas ruedas que tengan, no viajan por voluntad propia. No me extraña que tantas desaparezcan en los hangares de los aeropuertos; serán unas rebeldes deseosas de libertad... o de cambio de dueño.
    Como siempre, maravillada por tu arte en crear ambiente. Este inicial "frío que tiritaba" me ha dejado helada desde el principio hasta el final "destino fatal". :(

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  3. Casi puedo escucharte leyendo otra vez...no te voy a negar que esta vez me he puesto triste al leer.

    Alguna vez todos hemos sido maletas, que se llenaron de recuerdos para después viajar vacías, arrastradas y abandonadas por las calles de alguna ciudad sin nombre. Lo sé, digo cosas raras, pero sé que me entiendes o espero que lo hagas.

    Tienes una forma muy tuya de escribir, casi un estilo propio.

    Un abrazo.

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  4. "Era una simple maleta, que albergaba ahora un sinfín de recuerdos, sí, pero, nada más". Nada más y nada menos. Genial ;)

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  5. He sentido una gran tristeza al leer tu texto Patricia, es increíble e impresionante cómo expresas las emociones cercanas a la pena y la melancolía. Es bonito poder leer textos así y que te caiga alguna lágrima leyendólos, es bonito porque supongo que llorar es bonito, aunque lo hagamos porque acudan a nosotros recuerdos tristes...Es bonito haberte descubierto...

    Un beso maja

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  6. Obligada, infinita, llena de recuerdos inenterrables, pasmada, mortuoria, vegetativa, terminal... pero viva. La prefiero a esa otra maleta enterrada en un altillo vacía, sin recuerdos ni alegrías ni futuro, triste inutilidad de ruedecillas jamás manchadas por barros de cien caminos.

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  7. Yo no sé donde guardas la máquina de hacer expresiones brillantes: " golpe doble en cada paso", "serpenteando despacio como si sus dos ruedas se deslizaran temerosas entre raíces nudosas de árboles centenarios" (una frase que es una imagen de mil palabras), "la inclinaron a siniestra", "cuando sentía que iba a reventar, algo tiró de ella y se la llevó" (como cuando te despiertas de repente creyendo que te caes, y caes en que existe la realidad),...

    Intentar poner adjetivos es injusto, no sería exacto. El texto habla por sí solo con su belleza.
    Me ha gustado mucho. Muy muy bueno. Tiene color, y por lo menos a mí me da pie a pensar y me inspira y eso se llama ARTE.

    Mí gustar leerte ;-))))

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