Recuerdos de Bélgica 2: Laundry time
Ahora que miro atrás, me maravillo de que fuera capaz de acometer aquella empresa y no odiarla. Al contrario, me encantaba. Mi espalda aún se resiente; mis recuerdos y buenos momentos, no. Y es que en Bélgica, especialmente donde yo vivía, lo de tener lavadora en casa es un mito urbano. Y ya si es un piso o residencia de estudiantes, apaga y vámonos. Por eso hay decenas de pequeñas lavanderías desperdigadas por toda la ciudad, abiertas todos los días del año, con precios razonables. Yo tuve la "suerte" de tener una no muy lejos de casa, con el añadido de estar al lado de un supermercado bastante barato. También había un gimnasio, pero eso ni lo pisé; ya me parecía bastante ejercicio tener que echar el viaje cargada hasta allí. Porque la otra cara de la moneda, la de la mala suerte, era que mi vivienda se encontraba en una parte en pendiente de la zona; y muy, muy en pendiente. Así, el camino hacia la lavandería era un paseo principalmente agradable: cuesta abajo, al ...