Anclas

Mónica sostiene el cigarrillo entre los dedos y lo hace bailar como la experta fumadora que es, entreabriendo a cada minuto los labios, suspirando bocanadas de oes que su media sonrisa, torcida en una mueca, se encarga de acentuar como la primera vocal de su nombre. Guille ahuyenta el humo y sus pensamientos en la otra esquina de la mesa, esgrimiendo su perfil taciturno ante un Andrés más enfrascado en la cerveza que tiene ante sí que en el gesto adusto de la nariz de su colindante. A mi lado está Mar, con las rodillas flexionadas contra su pecho, en una postura que habría resultado tierna para alguien de menos edad y más dulzura en el rostro. Mar es una tormenta en mitad del océano y nosotros el resto de la tripulación de un barco que naufragó hace mucho tiempo.

Alguien rompe el silencio. Qué fue de aquel, de Martínez, ¿os acordáis? Otro le contesta que hace poco lo ha visto en no se cuál panadería llevándose cuatro baguettes, que debe tener familia o gustarle congelar el pan. Brillante deducción, apunta el primero con ironía. El resto calla y mira al horizonte que se esconde tras la barra del bar. Le pido una calada a Mónica. De nuevo silencio y de fondo el tintineo de los vasos y copas del resto de clientes, escasos, escalados.
Se suceden breves conversaciones parecidas, que casi no pueden catalogarse como tales y que se secan en las gargantas antes incluso de ser lanzadas al aire. El otro día vi a fulanito, os acordáis de aquella otra, nosequién se divorció, la madre de éste sigue en el hospital, no he vuelto a saber nada de esa mujer. El hastío corona nuestras cabezas como nubarrones de un otoño gris, la erosión de la monotonía, de volver una y otra vez sobre los recuerdos ya analizados en ese mismo bar durante demasiadas tardes, sobre la misma gente conocida, el humo negro de los cigarros de Mónica y la tempestad de Mar formando más nubes sobre nosotros, el alcohol suave en las venas agriándonos el carácter.

Ellos se empeñan en seguir quedando de tanto en tanto para, dicen, ponernos al día, comentar qué hay de nuevo en nuestras vidas, pasar el rato. Yo accedo por pura inercia, por la costumbre, pero no sé dan cuenta de que hace mucho que no tenemos nada que contarnos, nada no reiterativo que añadir.
Andrés y su promesa de que beberemos unas pintas me hacen recular los días en que me niego a acudir al bar, siempre el mismo, desde hace varios lustros. Cuando me siento en el banco de madera desgastado y huelo los mismos olores de siempre, el aftershave de Guille y la colonia barata de Mar, la ranciedad vieja del local, me arrepiento de haber ido. Después me pierdo entre los trazos hechos a cuchillo en la mesa, los nombres garabateados que me sé de memoria, las parejas que hace décadas plasmaron su amor adolescente en las tablas de aquel bar, cuando también nosotros éramos jóvenes y vivíamos las batallas en lugar de rememorarlas.

Me dedico a despegar la etiqueta de la cerveza aspirando lo que respira Mónica, tragando lo que bebe Andrés, oliendo lo que despide Guille, ahogándome en las aguas de Mar.
Somos una tripulación fantasma, perdida en las aguas del tiempo que creímos se detenía para nosotros cuando en realidad nos estaba atrapando, y ahora no sabemos escapar de él.
Somos anclas que recalaron en un puerto y olvidaron su condición de navegantes, las algas se han encaramado a nuestros cuerpos como lapas, dejando un esqueleto submarino que ya no se puede levar.
Somos fósiles marinos de ciudad, moluscos con la caracola cementada a este bar oxidado lleno de cofres que hace siglos se vaciaron de tesoros por descubrir y nunca volvieron a llenarse.

A veces, días como hoy, mientras Mónica dibuja una o con tilde en el aire y Mar mira aburrida alternativamente a Andrés y Guille mientras se abraza las rodillas, me despego de ellos por un instante y dirijo la vista hasta el horizonte sepultado tras la barra, creyendo intuir un ojo de buey por el que se observa un cielo claro, un tímido rayo de luz que indica que puede reanudarse el viaje a bordo de este velero sin velas. Segundos después, me pega la realidad en la cara, y por la ventana sólo veo los grises nubarrones que vaticinan la llegada de las primeras nubes de otro otoño.

Comentarios

  1. Hay grupos de amigos que están abocados a terminar como Mónica, Andrés y Guille, no porque hayan dejado de vivir aventuras, si no porque hace tiempo que se enrolaron en otros barcos y visitan otros puertos.

    Tal vez nos empeñamos en mantener compañeros de aventuras a los que ya no seguimos, ni nos siguen, el ritmo. Todo tiene su momento supongo.

    Salud.

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    1. Tienes toda la razón, Oski, siempre nos quedará al menos el recuerdo.
      (Sé que estoy perdida y que hace mil que no visito tu blog, ando más liada que una madeja de hilo, pronto!!!)
      Abrazo enorme.

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  2. " tripulación fantasma... olvidaron su condición de navegante... fósiles marinos" puuuffff....
    Me suenan estas expresiones tan parecidas a las de mis hijos... Ya sé que puedes pensar que lo que te voy a decir es fácil para mí ya que estoy en la última etapa del Viaje (penúltima ;) pero...cuando la realidad de un futuro incierto pega en la cara, se le da una patada en el culo. Cualquier cosa antes que darle la otra mejilla. Y esto se consigue levantando anclas precisamente. ;) Os quedan muchas singladuras. Muchísimas.
    ¡Ánimo! Y lo primero: ¡A descansar! tanto de cuerpo como de alma. Un chute de vitaminas y sol. Y amnesia temporal.
    Abrazote grande, envolvente pero breve. ;)

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    1. Gracias Fram, pero esto es pura "literatura", invención, personajes ficticios, de momento no he tenido esta sensación más que algunas veces, pero más fruto de la situación que de las personas y amigos. Tú no estás en ninguna última ni penúltima etapa, estás en el VIAJE, en mayúsculas, y eso es todo lo que importa.
      Espero llegar a la etapa de tus hijos recordando lo que me has escrito aquí, seguro que me ayuda.
      Abrazo enorme :D :D :D y GRACIAS

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  3. Como siempre, una narrativa llena de talento que dibuja con profundidad estados de ánimo, gestos, olores, y no escatima en las formas. "El hastío corona nuestras cabezas como nubarrones de un otoño gris"...

    Ya te he dicho que disfruto tus textos de principio a fin :)

    Besote!!

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    1. Y como siempre yo te digo que mil gracias y que es un honor y un placer que me leas y me halagues. Te lo agradezco, un beso enorme!

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  4. Me encanta volver a leerte y este texto en el que me has adentrado en la profundidad de la vida...En esos compañeros de viaje, en esas anclas que en ocasiones echamos...En el paso del tiempo...
    Gracias Patricia, no viene mal echar la vistra atrás cuando se viaja en el tiempo a partir de unas líneas tan bien escritas y descritas.

    Besos maja! :)

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    1. Gracias a ti, siempre, gracias por volver y por leerme y por animarme, que te guste lo que escribo es genial. A veces las anclas son buenas, pero no todas, no? :) Un bezazo.

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  5. Leyéndote me he acordado de mi amiga de toda la vida. Cada vez me doy más cuenta de que poco nos une, siempre estamos recordando viejas historias. Pero, la verdad, es que es un ancla que no quiero soltar. Es curioso :)
    Un beso!

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    1. Exactamente Blanca... a mí a veces me pasa igual, esas sensaciones inspiraron esta historia. Lo precioso es justo eso, que da igual que se repita, queremos tanto a esas anclas que nunca las soltaremos :)
      Un besazo!

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