Elefante
Mamá, ¿dónde están? ¿Las tiraste? Mis viejas botas grises, las de la hebilla color bronce y la suela marrón de caucho. Llevo horas buscándolas por los armarios. Sí, aquellas que me compré en esa zapatería del barrio que hacía esquina y que cerró hace unos años. No disimules, sabes las que son. Hubo una época en la que no me las quitaba. En los días claros me gustaba ponérmelas con los vaqueros y una camiseta fina porque pensaba que me hacían desentonar un poco; y en los días grises era inevitable que me llamaran desde el zapatero, ¡cálzanos!, arriba el poncho de lana y abajo ellas, pisando charcos. Tal vez las maltraté un poco, les di demasiado uso sin tregua. Por eso se les desgastó totalmente el bajo tacón cuadrado, y llegó un día en que la suela se rió de mí y se despegó, como si la bota estuviera sacándome la lengua. Compré pegamento extra fuerte y las reparé, aunque tú me decías que ya estaban feas, pero mamá ¡y eso qué importaba! En verdad me gustaban más así. Con los años las botas envejecían en el fondo del altillo, a la piel gris iban saliéndole más y más vetas, y cada otoño cuando tocaba el frío a la puerta iba a buscarlas y ellas me saludaban un poco más ancianas, más curtidas. Eran como las patas de un viejo elefante arrugado, y yo me las calzaba y me metamorfoseaba con él. Avanzaba con paso firme y animal entre los mantos de hojas caídas, con sus colores marrones, ocres y dorados, y entre ellos aparecía y desaparecía el gris veteado de la piel de mi elefante. ¿Dónde están? No me quiero creer que de verdad las has tirado. ¡Te pedí que no lo hicieras! No, no, mamá; no me repitas que sólo almaceno trastos inútiles en casa y que soy incapaz de desechar nada. Esas botas eran diferentes, eran especiales. Me da igual que estuvieran viejas, o rotas, o inservibles; me encantaban. Ahora siento como si hubieras tirado una parte de mí, como si todos los pasos que di con ellas se hubieran borrado un poco, se hubieran encaminado hacia el cementerio de elefantes. Sí, perdona... que dramatizo, sólo eran unas botas, ya sé que tengo más. Pero ningunas serán como aquellas. ¿Que por qué las he recordado justo hoy, después de tanto tiempo? No sé, ha sido un día raro. Tuve pesadillas anoche, ha amanecido nublado, me sentía triste, y entre la atmósfera cargada y una nostalgia extraña que me invadía se me ha hecho tarde para ir a trabajar. He estado media hora plantada delante del vestidor, sin saber qué ponerme, nada me inspiraba confianza, con nada me sentía bien, mira tú que tontería. Y entonces me he acordado de mis viejas botas grises. Por eso he venido a casa después del trabajo, tal vez necesitaba la fuerza de un elefante para enfrentarme al mundo hoy. Vale, mamá, no te preocupes, es culpa mía por no haber vuelto antes a por ellas. Venga, voy a ordenar los armarios. Pero no, no pienso tirar nada más.
¿Será una tontería el no saber desprenderse de los fetiches, las cosas que nos hacen sentirnos bien?... Pues lo será quizá pero cada uno tiene sus "tonterías" sentimentales y hay que respetarlas. Mi hija tiene también unas botas "infames" clavadas a las que describes :D y mi hijo su sagrada "chaqueta-de-estudiar" y yo... :D Siempre que me digo " Venga, voy a ordenar los armarios" termino añadiendo: " Pero no, no pienso tirar ningún bolso, ni ninguna bufanda."
ResponderEliminarMe gusta la redacción tan viva... o vivida.
Y el revelador arranque del texto :D Las madres, siempre las madres :D
Besote (¿con ese o con zeta? jaja)
Esos días grises elefantíacos es gratificante recurrir al baúl de los recuerdos para recuperar algo que nos caliente un poquico. Pero sin vaciarlo ¿eh?, para que siempre encontremos allí esas viejas botas y perfumes familiares. Beso con botas (de goretex, hoy toca caminata montuna :)
ResponderEliminarA LOS BUENOS días, Patricia. No me preguntes el porqué de la asociación pero...me has recordado con el hacer de esta prosa las formas de componer del ilustre Saramago. Y si te preguntas si es un elogio hacia tu post, ESTÁS EN LO CIERTO.
ResponderEliminarSobre el asunto de los armarios y las cosas que desaparecen...MI MAAAAAAAAAAADRE, volatilizó una especie de chaqueta de pana que me ponía a veces para ir al insti...PARA IMITAR AL SAGAN, jajajajajajaja (aunque, y como vivía en la playa, mi padre nos llevaba en coche al cole, a mi y a un vecino...EL CUAL SE PONÍA UNA ESPECIE DE PARCA VERDE porque imitaba al Félix Rodriguez de la Fuente...sí, sí, un poco friquilondios sí éramos, sí, Y SEGUIMOS EN ELLO, jajajajajaja...)
Un besazo!!!!
Patri, es curioso, a mí también me pasa eso con unas botas que tengo del siglo pasado. Menos mal que no las dejé en casa de mamá aunque, tal como es ella, seguro que no las hubiera tirado.
ResponderEliminarHan aguantado conmigo ocho mudanzas sin perderse y ahí siguen, guardaditas en su destartalada caja original, bien pringaditas de grasa de caballo y dispuestas a que me las calze en cualquier momento. Les he pegado la suela ya varias veces y guardo la cola preparada para el día en que decidan volver a rebelárseme.
Es cierto que son como un poco mágicas y consiguen metamorfosearnos en esos días raros en los que tenemos que seguir enfrentarnos al mundo.
Y lo mismo me ocurre con unas gafas de hacerme invisible, pero eso es otra historia.
Un beso y cuídate mucho.
Creo que a todos nos ha pasado, el armario con sus tesoros y cuanto más veterana sea la prenda más cariño y más magia tiene...Me ha encantado...A mí me pasó con unos pantalones...Jajajaja...
ResponderEliminarUn abrazo enorme Patricia! ;)
Esas patas de viejo elefante... Creo que necesitamos anclajes con nosotros mismos. Hitos en el camino que vamos dibujando y que nos recuerdan lo que llevamos puesto, en todos los sentidos. Quizás cuando se nos desmorona algo en lo que hemos levantado como "yo", quizás cuando alguien se nos aleja, es cuando más necesitamos recurrir a ellos. Entrañable relato, Patricia :)
ResponderEliminarBesote!