El anciano del jardín
La tarde se presentaba añil y lluviosa, por lo que no iba a ser necesario que esa noche el anciano regara su jardín. Su espalda encorvada se enderezó un poco agradecida, adhiriéndose al mohoso sillón granate que habitaba aquella sala, por lo demás escasamente ocupada. La chimenea expulsaba saliva de ceniza, y las gotas caían por la gruesa vidriera del ventanal del salón, limpiando una mugre que tenía tantos años como el propio cristal.
El mobiliario era puntual, ciertamente pobre en cantidad, pero suntuoso y caro. Un lujo anticuado, quizá a la moda en la época en que se decorara la casa. Pero de aquello hacía muchos años y muchos inquilinos que no nos interesan, y ahora el hombre que allí vivía se limitaba a usar el comedor, un rincón de la cocina donde almacenaba la comida, y el baño de la primera planta. Había instalado su cama con dosel de terciopelo verde botella en una esquina del amplísimo salón, y la alargada mesa hacía las veces de escritorio y de comedero a su vez, donde, en ocasiones, a la noche se apilaban los platos de desayuno, almuerzo y cena, como buenos camaradas. Apenas si cocinaba, limitándose a engullir frutas y verduras frescas de su cuidado huerto y la leche y huevos diarios que le dejaban en la puerta. Por las noches se sentaba en el desvencijado sillón a hojear a la luz de la lumbre alguna antología poética cuyos versos relajaran sus nervios o tratados sobre jardinería; o, a veces, simplemente consumía la noche recostado a la par que se consumían los maderos quemados.
La mansión se erguía imperturbable sobre una suave ladera del pueblo, remitiendo aún con su tamaño y su estilosa fachada el antiguo esplendor de otras fechas. Pero a través de las ventanas, rotas en su mayoría, cantaba el abandono de sus habitaciones y de su habitante… en todos excepto en uno de los lugares del lugar, que es lo que hoy nos ocupa. El jardín.
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Me interesé por esta historia gracias a un recorte de periódico antiguo que encontré en una caja de zapatos que estaba en un baúl de mis padres en el desván de mi antigua vivienda que perteneció a mis abuelos. Es decir, a la tercera generación se abría de nuevo aquel cuento escondido en los pliegues grises del envilecido papel, y ante mí hallé algo increíble que nunca había contado a nadie. Hasta ahora.
Porque creo que es hora de que ciertos fantasmas dejen descansar a otros, y quizá de esta forma pueda él liberar su alma y dejar que vuele para reunirse con ella.
Y sobre todo, porque amo la verdad, y os aseguro que todo lo narrado en estas páginas es total y absurdamente cierto. Aunque nadie vaya a creerlo. Aunque él nunca pueda morir en paz.
(...)
Continuará.
Continuará.
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