Por la espalda
Las palabras me han traicionado. Confiaba en ellas, ingenua y ciegamente. Eran los testigos fieles y callados de mis emociones, las consejeras comprensivas de mis pensamientos, la respuesta y la forma de formular la pregunta, la herramienta para dar rienda suelta a las historias y sensaciones que abstrajeran mi mente de la realidad; eran la prosa y la poesía. Después de años usándolas para crear e imaginar, para describir situaciones y versar sentimientos, para idealizar momentos o soñar desenlaces; después de años tendiéndome su brazo silabeado para usarlo a mi antojo y permitirme empatizar con otras vidas; ahora, justo ahora, se burlan de mí. Ahora me está vetado elegirlas, y algunas se empeñan en aparecer en mi boca cuando no quiero nombrarlas, me señalan con su sílaba acentuada y se mofan. Hay grupos de palabras escondidas en algún rincón de mi cabeza que se resisten a mostrarse ante mí, que ya no me dejan usarlas y se ríen con onomatopeyas. Hay otros conjuntos que no pa...