El regreso
Y de pronto un día, sin avisar, sin llamar antes, regresó.
Pulsó con sus tacones sobre los huecos perdidos de la moqueta, y el perro que jamás habían tenido ladró al percibir su olor. Y continuó esperando, de pie, impertérrita, a que la sombra del sofá se moviera y la recibiera.
Pero no lo hizo.
Ella decidió volver con el verano, cuando las almas se calientan, para evitar sumarse al frío gélido del que sería la mal-venida. Y el primero de Junio se plantó allí, como una margarita deshojada con una peluca de lirios, con la pose de una orquídea y el olor de un clavel. Pero en la raíz estaba marchita, como el animal humano que sollozaba en silencio en el sofá.
Había vuelvo para quedarse, pero no sabía que ya no quedaba nada.
Y no sabía que los jardines sin agua ni amor se marchitan, que los jarrones se agrietan, que las fuentes se secan. Y no supo ver las persianas apestilladas, el silencio de los rayos del sol, el olor a podredumbre que emanaba del sofá.
Y allí siguió, con los ojos en el aire y el corazón desgastado en la mano, fotosintesiando olores antiguos y lejanos, felices en la ignorancia de no saber que el final estaría por llegar, y tras él, un fallido regreso.
Y allí siguió, y a las horas empezó a morir poco a poco, como él, y la invadió la calma serena de que era demasiado tarde.
Pero había regresado, y eso le era suficiente a ella. Nunca tuvo la oportunidad de preguntarle al perro, que gimió entre sueños, como si la vida fuera real y descansar de ella una pesadilla. Y así nunca supo la peor verdad.
Si hubiera llamado antes de regresar, le hubiera encontrado muerto.
Me alegra que tú también te animaras a regresar a estas páginas y a escribir. Un beso.
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