Psicodelia
Llegó un momento en que la música retumbaba demasiado fuerte dentro de su cabeza, los movimientos frenéticos la mareaban y el olor a cuerpos sudados se mezclaba en todos sus poros. Algo iba mal y la incomodaba. Se sacó otra pastilla del bolsillo y al minuto las luces eran de nuevo fantasía e infinidad. Los sonidos excitaban sus sentidos y su alma se manifestaba en movimientos rítmicos y artísticos.
Ella era psicodelia, y la psicodelia era ella.
Empezó a viajar de nuevo, a un mundo de colores brillantes y formas geométricas que se materializaban ante sus ojos cerrados, y cuando los abría la realidad giraba y se hacía menos real que nunca. Movía sus brazos con una dificultad no exenta de majestuosidad, y sus pies se confundían con el suelo. Ella se hacía uno con el entorno, y el entorno era tan homogéneo y simétrico que parecía de mentira. El instante era eterno, las voces hablaban por horas y la música se alargaba hasta el techo.
Del techo brotaba también humo, crecía en espirales perfectas y se dirigía hacia su boca; ella lo aspiraba agradecida y su inconsciencia se alimentaba un poco más. Lo visual y lo sonoro se entremezclaban como un sólo ser y la experiencia sensorial era extrema.
Ella ya no era un cuerpo, era una sensación. Inmaterial e intangible, sólo respirable y sensible.
Los rayos fluorescentes se propagaban en todas direcciones, y ella los seguía y se fundía con ellos. En la estela de una luz se dio de bruces con un sonido más opaco, y varias figuras comenzaron a mudar de forma y a intentar meterse en ella. No sabía qué eran, ni qué era ella, pero amaba esa confusión y sólo quería perderse más y más. En medio de una nube de consistencia distinta distinguió un patrón que se repetía y se dejó llevar por él. Notó una tibia presión en las muñecas y aguantó la respiración aumentando la concentración en la sangre.
La psicodelia había alcanzado su clímax, y ella yacía inconsciente en la oscuridad del furgón policial.
Ella era psicodelia, y la psicodelia era ella.
Empezó a viajar de nuevo, a un mundo de colores brillantes y formas geométricas que se materializaban ante sus ojos cerrados, y cuando los abría la realidad giraba y se hacía menos real que nunca. Movía sus brazos con una dificultad no exenta de majestuosidad, y sus pies se confundían con el suelo. Ella se hacía uno con el entorno, y el entorno era tan homogéneo y simétrico que parecía de mentira. El instante era eterno, las voces hablaban por horas y la música se alargaba hasta el techo.
Del techo brotaba también humo, crecía en espirales perfectas y se dirigía hacia su boca; ella lo aspiraba agradecida y su inconsciencia se alimentaba un poco más. Lo visual y lo sonoro se entremezclaban como un sólo ser y la experiencia sensorial era extrema.
Ella ya no era un cuerpo, era una sensación. Inmaterial e intangible, sólo respirable y sensible.
Los rayos fluorescentes se propagaban en todas direcciones, y ella los seguía y se fundía con ellos. En la estela de una luz se dio de bruces con un sonido más opaco, y varias figuras comenzaron a mudar de forma y a intentar meterse en ella. No sabía qué eran, ni qué era ella, pero amaba esa confusión y sólo quería perderse más y más. En medio de una nube de consistencia distinta distinguió un patrón que se repetía y se dejó llevar por él. Notó una tibia presión en las muñecas y aguantó la respiración aumentando la concentración en la sangre.
La psicodelia había alcanzado su clímax, y ella yacía inconsciente en la oscuridad del furgón policial.
A veces, salirse del cuerpo de uno mismo no está mal, te anestesia, aunque sinceramente, no me gustaría vivir siempre anestesiado porque eso sería parecido a no vivir.
ResponderEliminarEn cuanto al relato ella tuvo suerte, no es agradable verse dentro de un furgón rodeada de armarios roperos con mala leche.