Cuento de verano III

Home is where the heart is.


Empezaste a hacer las maletas otra vez. Quién sabe cuantas maletas habrás llenado a lo largo de tu vida, cuantos destinos habrás decidido tomar. Yo hace tiempo que paré de contar despedidas.

Con tu metodología sistemática doblabas la ropa y colocabas algunas piezas del rompecabezas pulcramente ordenadas. El resto lo dejabas atrás. Las piezas que ya no encajarían allí donde ibas. Nunca desplazabas recuerdos, los detalles físicos se perdían, y en aquel entonces yo no sabía si viajabas con algo en la memoria.

Todo tenía lugar a lo largo de más o menos una semana. De pronto empezabas a mostrarte taciturna, impaciente, los días te iban poniendo de peor humor; dabas vueltas por las habitaciones, encerrada como en una jaula, salías a correr más de lo normal. Hasta que una mañana agarrabas el teléfono y dabas parte al dueño de la casa de que cesaba el alquiler, colgabas y me mirabas susurrando lo siento.  Después gritabas diciendo que no aguantabas más, que tenías que marcharte, y sacabas las maletas del altillo. Nunca cuestionaste que te seguiría.

Se sucedían entonces los mismos procesos: despedirnos de algunos conocidos, dar explicaciones en el trabajo, dimitir o romper el contrato temporal, empaquetar algunas cosas. Desordenar la vida que creíamos ordenada.

No, nunca cuestionaste que te seguiría. Y a veces me pregunto porqué yo no me lo cuestioné. En ese momento me aterraban otras cosas, y sobre todo una: que no decidieras incluirme en tu próximo equipaje, que te cansaras de mí como lo hacías de una ciudad.

Es cierto que paré de contar despedidas, mi pasaporte contaba países por mí, mis fotografías enumeraban lugares. Después de ella, la Polaroid era mi sombra. La una mi brazo derecho, la otra una prolongación del izquierdo. En cada aeropuerto empezaba la sesión e inmortalizaba con un clic el cartel del próximo vuelo, el que ella elegía en el momento guiada por sus instintos, o por su desesperación. Llegados a destino comenzaba la nueva aventura, las nuevas búsquedas, la integración con la nueva atmósfera. Todo era nuevo menos tú y yo, tan antiguos como siempre, con un lazo centenario. Los primeros meses eran excitantes, después llegaba una agradable calma, y pasado un tiempo que nunca supe entender ni contabilizar, el final.

Ese día el verano estaba en su cumbre, y la temperatura dejaba el ambiente sin movimiento, estático e imperturbable. En medio de la placidez del sol vi las sombras en tu cara, el vértigo en tus ojos y tu respiración ahogándose, y antes de que dijeras nada, decidí sacar yo las maletas del altillo. Al fin y al cabo, mi hogar está contigo, mi corazón está donde tú vayas.

Comentarios

  1. Siempre he pensado que los hogares "físicos" no existen, existen las personas que te hacen sentir en casa, aunque te lleven de lado a lado y en constante movimiento.

    Es bonito encontrar a alguien a quien no te importaría seguir allá dónde lo lleve el viento.

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    Respuestas
    1. Yo opino igual, añadiendo que el primer hogar debes ser tú mismo, y no anteponer eso a ningún otro, nómada o fijo.
      :)

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