Otoños lejanos
Me asomé al que antes era el remanso de tu mirada y encontré un abismo al que caí, desbordándome por el acantilado como la poesía por tus ojos, con un iris becqueriano más desgastado que el amor y más inmenso que el océano. Me asomé y encontré un deshielo imparable, un cuentagotas infinito de lágrimas que se derretía y amenazaba con inundarlo todo, agonicé por un instante en el frío glacial de tus pupilas que centellearon brillantes y mojadas, y la cascada atronó en tu valle. Te contemplé por detrás de tu propio reflejo, atravesé el páramo de tu expresión vacía y aguada y miré más allá, en la lejanía, y entonces regresé y me coloqué justo en frente de ti. Me pregunté entonces cuanto hacía que no te observaba así, desnuda, transparente y traslúcida; la luz se iba colando en tus poros y tus ojos se volvían espejo de lo que yo veía de ti, haciéndote un espejismo aún más inverosímil. Por fin rompiste a llorar. Detrás de aquella estatua momentánea de hielo te desmoronaste y ...