Sidi Ifni
Crecí en las rodillas de mi abuelo escuchando fábulas de animales
y cuentos fantásticos, y esa es una larga historia que merece ser contada con
más calma y detenimiento. Cuando yo cambié y cambiaron mis circunstancias, es
decir, cuando me aumentaron los años y a él le pesaban más, los cuentos
infantiles terminaron y esa nostalgia de la niñez me invadió aún sin yo
saberlo. Sin embargo, mi abuelo es un contador de historias nato y, al pasar
los lustros, un día me di cuenta de que, sin quererlo, en realidad quizá me
había estado relatando sus propias vivencias, si bien adornadas y hechizadas.
Entonces me propuse abrir más las orejas y hacerlas tan grandes como las del
lobo que se come a la abuela, y así devorar yo al mío a fuerza de escucharle
siempre que pudiera. Por eso, puedo hacerme ahora eco de algunas maravillas que
sin la memoria de nuestros mayores no conoceríamos, no con ese lado humano y
entrañable, no con ese olor a anciano pero a la vez a tan joven, no con ese
brillo en los ojos que sólo tienen los que cuentan una historia real vivida en
las propias carnes.
Contaré entonces hoy el cuento de cómo mi abuelo cumplió el
servicio militar en plena África, en una ciudad llamada Sidi Ifni, en la costa
sudoeste de Marruecos a la altura de las Islas Canarias. Habían empezado los
sesenta y Santa Cruz de la Mar Pequeña se mantenía como capital de aquel
territorio español de nombre con sonido egipcio: zarandeada entre manos
españolas y marroquíes durante toda su historia, con incluso una guerra de por
medio, en el cincuenta y ocho había sido Ifni finalmente bautizada como
provincia española de ultramar, y Sidi Ifni su centro capital. Allí se plantó
después de muchos mareos en barco mi abuelo, con el cargo de asistente de
teniente. Me gusta imaginar que ondeaba la bandera mecida por la brisa
Atlántica, con los dos peces y la palmera coronada por la Luna, cuando mi
abuelo pisó puerto. Si aquel era territorio español, no debía parecerlo a
primera vista, un paisaje sembrado de mezquitas y detalles árabes. Pero
conforme se adentraran en la ciudad, descubrirían la Plaza de España y la
arquitectura de estilo andaluz, oirían sonidos castellanos a la par que
musulmanes. Seguramente, al fin y al cabo no somos tan distintos.
Avanzarían los meses de servicio militar lentos y pesados
para él, con mi abuela esperándole y la distancia echándose encima. Pero
conozco ciertas anécdotas, de las seguras miles que vivió, y eso me hace
sonreír divertida pensando en un abuelo joven y fuerte, envasando experiencias
en frascos de recuerdos para luego contar a sus nietos.
Me sitúan las palabras de mi abuelo en los dormitorios de
los soldados, con él de pie aguantando el tipo en mitad de la madrugada, más
real que imaginario, cumpliendo guardia en las imaginarias. Le tocó varias
veces tragarse aquellas noches en vela porque se le metió entre ceja y ceja a
un sargento, de esos cascarrabias, enfurruñado por el trato amigable que le
dispensaba a mi abuelo el teniente bajo cuyo mando estaba.
Al ser su asistente, tenía que atenderle en las tareas
personales y ocuparse de los asuntos que requiriese, como por ejemplo,
lustrarle los zapatos o hacer la compra. Así se beneficiaba mi abuelo, previa
autorización amable de su teniente, de los descuentos reservados a más altos
cargos. Iba al supermercado del cuartel, montado en una tienda en pleno suelo
marroquí, y junto a los productos para su mandatario se procuraba para sí mismo
buenas latas de calamares en su tinta y pan, guisos en conserva y otras
exquisiteces vetadas para los bolsillos pobres del ejército raso. Sin
ostentación ni fanfarronería, mi abuelo daba cuenta de sus alimentos en el
comedor junto al resto, y ver las buenas cosas que podía comprar hacía rechinar
los dientes al sargento de turno, que con rabia y desdén le mandaba entonces a
encargarse de las temidas imaginarias, que escapaban de la obligación de un
asistente de teniente.
Hasta que un día mi abuelo se cansó y, animado por sus
compañeros, contó a su superior como un niño a su maestra el trabajo injusto al
que estaba siendo obligado. Pero el sargento, empecinado, siguió haciendo de
las suyas un poco más, con la sorna de los que se creen por encima de otros.
Sin embargo, aunque en otras esferas no, en el ejército la frontera de éstas
está bien delimitada, y como sargento va por detrás de teniente aunque empiece
con s, mi abuelo no tuvo que tener más insomnios y siguió masticando calamares
en Sidi Ifni mientras el otro fruncía el ceño, vencido, y el océano Atlántico
se llevaba los murmullos de unos cuantos españoles perdidos en viejas literas,
con fotografías de mujeres hispanas y morenas bajo el colchón.
Sonrío al imaginar la escena: los colores azules, amarillos
y naranjas del lugar; las palmeras y la arena; los tonos mustios de sus
uniformes y los rostros compungidos; las espaldas rectas, más convencidas que
la voluntad, firmes por cumplir con una patria a la que ya sólo le ponían
nombre y echando de menos su hogar. Pero devuelvo la curvatura de mis labios a
una línea al darme cuenta de que es una escena que se repite, y no en una sala
de cine, sino ahora mismo, en muchas guerras, en muchas ciudades, en muchas
batallas de antemano perdidas. Mi abuelo volvió, sano y salvo, lleno de
historias y de cicatrices bajo la piel. ¿Qué cuentos contaron a sus nietos
aquellos abuelos que no lo hicieron?
Entrañable...
ResponderEliminarYo no conocí a mis abuelos. Mi abuelo materno se fue antes de poder entender yo los cuentos que quizá me habría contado y mi abuelo paterno fue de los que no volvieron del campo de concentración donde mataron sus sueños de Resistencia. Para mí, son fotos en blanco y negro, solamente teñidas con los retazos de los colores de la memoria de sus hijos.
Transmitir esos recuerdos tal como lo haces, hace que sigan un poco vivos.
Un texto hondo, entrañable.
Abrazote grande.
Eso me resulta muy triste de leer :( Tantas vidas truncadas.
EliminarGracias por leerme y por compartir también tu pasado, ojalá pudiéramos verlo a través de una mirilla y emocionarnos.
Un beso desde Lorca :)
Esos colores del Sáhara, que solo recuerdan explícitamente las lagartijas en sus historias (la selva también podría hacerlo, pero murió), los recuerdas conociéndolos tú porque están en tus genes. La luz vive en los genes como ésta mira a las plantas que crece. Las historias van de boca en boca y de mano en mano ,perdiendo la calidad original que la luz les dió al crearlas en piel, hasta que un día desaparecen; pero no es así del todo: quedaron en los genes impresas desde un principio por la luz también. Y aunque los genes estén bajo contraseña, los colores de las historias se desbordan por el subconsciente de ti. Por eso puedes ver los colores saharianos en tu mente y decirnos en una frase que los sientes como son (cómo son es imposible de contar con otra cosa que no sea luz del Sol).
ResponderEliminarNuestra historias de la historia desde nuestro punto de vista son iguales en color a todas las del resto de hermanos. Todas las rodillas que sujetan a los germinados (verdes de esperanza) de esta tierra, que maltratamos otoñándonos en sociedad, tienen los mismos huesos: solo hay un Sol, solo hay un Amor y solo hay una gama de colores.
PD1: Desnudar de artificios (que pasan de moda y no de civilización) las historias de la historia para ver los niños que no debemos dejar de ser nunca, es tan necesario como el amanecer para la literatura de la carne de nuestros descendientes. Y si esta frase de antes parece muy cargada y no la desnudo es por deferencia a lo desnudo de tu entrada. No te doy la enhorabuena porque no te hace falta: la vida ya te ha dado unas rodillas ;-)
PD2: miro al cielo y veo (como se ve una cuchara en un vaso de agua) a nuestro hermanos de allí viviendo la vida con el mismo color que nosotros.
PD3: este ha sido un comentario sustituto ( y muy probablemente defectuoso) del original que se perdió.
Como ya te dije, tu comentario es digno de ser una entrada, no me hagas sombra! ;) jajaja es broma poeta, gracias por percatarte de la desnudez y por valorarla, gracias por las enhorabuenas y por creer en mi "talento" :) Todo lo que dices es sabio y cierto, cuidemos de nuestros genes y escuchémoslos :)
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