Vainilla
En los bosques, las ramas de los árboles estaban desnudas y ateridas, mirando desde las alturas la alfombra de hojas que la estación de la caída había tejido a su costa, adivinándose tras sus troncos indefensos los picos nevados de las montañas. En las ciudades, la gente empezaba a ponerse nerviosa al volante, se acercaba la hora punta de la salida del trabajo y querían escapar de la circulación cuanto antes, pitaban impacientes, encendidos por las luces navideñas y atosigados por el reloj. En los pueblos, las campanas empezaban a repicar llamando a la misa de tarde, algunos ancianos salían de sus casas con un bastón en la mano y una manta sobre los hombros, y las madres bajaban las persianas para guardar dentro el calor del hogar. En un universo aparte, estaba nuestra playa. Tu silueta se recortaba sobre el horizonte, un perfil que me sé tan de memoria que podría dibujarlo a ciegas sobre la arena, hundiendo el dedo en ella y creando líneas como las que recorro en tu espalda...