Delito en párrafo.

Caminaba con paso apresurado, vigilante y sigiloso, a través de la concurrida avenida. La policía le seguía los pies, y él no estaba como para dejarse las piernas ni el bolsillo en escapadas a correntías o en taxi. Era mejor deslizarse por entre los ignorantes ciudadanos, que transitaban la calle ajenos al peligro. Pie aquí, pie allá. De una acera a otra, irrespetuoso con semáforos y ancianos. Cuanto más avanzaba más seguro se sentía. Ahora su pequeña fechoría quedaría impune. Pero...¡zas! El pobre delincuente se confío demasiado... y cuando cruzaba sonriente por el último paso de cebra, una señora, a la que otro gamberro acababa de robarle el bolso, gritó escandalizada: "¡Al ladrón! ¡Al ladrón!" Y el futuro convicto se sintió un viandante amenazado, y se llevó tal susto, que se le cayó el miedo, el alma y la sombra a los pies. Y así fue como le encontraron los guardias.

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